Objetivo cumplido, Loco; a pesar de que en lo personal el éxito nos impidió experimentar el show... desde el interior. La convocatoria fue tan sumamente exitosa que las entradas llevaban agotadas tres meses, volaron rápido y se escaparon de nuestras manos. No obstante ya saben que en “DMR” somos inasequibles al desaliento y una vez más nos convertimos en “rondadores nocturnos”, como el personaje de la Marvel. Los lectores más avezados de ésta nuestra bitácora ya sabrán (y si no, ahí tienen la crónica del último concierto de Bruce Springsteen en Madrid) que cuando no tenemos la suerte de convertirnos en dueños de entradas, nos apostamos astutamente en las inmediaciones del recinto y tiramos de agudeza auditiva para empaparnos de cuanto podamos. La idea partió del dueño de este blog, Víctor Prats, y la proposición no me ofreció muchas dudas. No veo a Loquillo desde las fiestas de La Elipa en septiembre de 2011 y este precedente no puede ser más auspicioso. No recuerdo una fiesta de barrio de tal calibre como aquélla, pues allí entre coches de choque y una exquisita fragancia de salchipapas, una afluencia extraordinariamente numerosa disfrutó de un potentísimo y vigoroso concierto.
La ocasión merecía al menos un esfuerzo, por muy extravagante que pueda resultar éste, dado que se publicitó como una ocasión única, como una especie de macro ritual histórico del rock español cuya asistencia de devotos y congregantes prometía ser apabullante. Era como un reto buscado valientemente por Loquillo que además no estaba exento de riesgos: muy pocos músicos en activo desde hace casi cuatro décadas pueden permitirse llegar, ver y vencer en Las Ventas. Poniéndonos grandilocuentes podríamos decir que o bien habría un éxito rotundo o bien una hostia de resonancias perdurables. ¿Qué ocurrió?
¿Acaso lo dudábamos? Éxito rotundo. Nuestra particular convocatoria incluyó a Víctor Prats, su novia y a un servidor. Fue Víctor quien a base de experiencia, oficio y un sexto sentido para estas lides, nos trasladó a la zona idónea para captar la música lo más cómodamente posible. Lo primero que se hace instintivamente llegados a este punto es, como dirían los veteranos periodistas deportivos, pulsar el ambiente: gente hormigueante, asistentes de última hora apremiados por las prisas, tenderetes de refrescos, pipas y altramuces... Un concierto normal, de infantería, pero con un aforo satisfecho hasta los topes. Todo, por cierto, matemáticamente organizado, con los accesos diferenciados taxonómicamente entre las entradas normales, palcos y “Premium rocker” (¿reservado para la flor y nata de los rockers?).
Nuestro cuartel general (o sea, un banco como los de los parques) nos permitió ver algunos eventos secundarios pero pintorescos. Era curioso ver cómo en el decurso de la actuación diversas personas iban saliendo del recinto, algunas muy tempranamente, en diverso estado de embriaguez; las había ligeramente achispadas, las habías manifiestamente borrachas y algunas que parecían haber acabado con todas las reservas cerveceras pasadas, presentes y futuras de Centro Europa. ¿Y qué? Es un concierto de rock, no uno de los Cantajuegos, y se canta “Chanel, cocaína y Don Perignon” y no “Soy una Taza”. Sea como fuera la música comenzó puntualmente a las 22:00h. Me permitirán consideraciones previas sobre el track list. Loquillo podía haber tirado por lo fácil, por la calle de en medio o por el piloto automático; tirar de grandes éxitos y replicar “¡A Por Ellos!... Que Son Pocos Y Cobardes” (1989). Sin embargo, Loquillo respeta su repertorio reciente, pondera perfectamente cada época y va más allá de lo obvio. Lo cual no es ni muchos menos ningún desdoro, discos como “Balmoral” (2008), “Su Nombre Era El De Todas Las Mujeres” (2011) o “La Nave De Los Locos” (2012), son solventes y contienen numerosos aciertos. Además, la época “troglodita” es esencial e importante, pero Loquillo ya tiene mucha mili en la mochila como artista en solitario.
Todo eso lo vimos en el tramo inicial. El concierto echó a andar con “Salud y rock and roll”, uno de los estandartes de su último disco (que aún tengo que escuchar más, pero que no pinta nada mal) y declaración de intenciones, de actitud y modus operandi vital y artístico; siguieron otros temas de reciente añada como “Línea clara”(su frase “milito en la razón del pensamiento ilustrado” es casi un lema personal), “El mundo necesita a hombres objeto”, “A tono bravo” o “Arte y ensayo” (ésta ya un poco más talludita). En estos momentos iniciales, y en general en todo el concierto, no detectamos que Loquillo se dirigiera demasiado al público ni se mostró muy hablador. De todos modos, en base a experiencias anteriores, la elocuencia de Loquillo no va por derroteros orales, se muestra de forma más gestual: miradas, ademanes, determinados movimientos. Sí hubo alguna frase que ya mencionaremos. Lo importante es que el inicio más que un mero tanteo, parecía hacer las delicias del público y el sonido que nos llegaba de la banda era ajustado, filoso y compacto. La sensación era que cuando sonase un clásico mayúsculo, una mecha rápida iba prender en forma de entusiasmo popular; tengan en cuenta que dadas las circunstancias Loquillo, en términos futbolísticos, jugaba en casa, con 3 ó 4 goles a su favor y superioridad numérica. O lo que es lo mismo, las manos ganadoras eran muchas en potencia. Esta teoría se corroboró con la llegada del gran homenaje a Johnny Cash que es “El hombre de negro” (del disco “Mientras Respiremos” -1993-, objeto de análisis en este blog); ritmo country trotón y algazara general. Cuando llegase el rock crudo lo íbamos a flipar. Poco después Loquillo, esta vez sí, se dirige al púbico y menciona al guitarrista de Los Negativos; no cabe de duda de que estábamos ante la versión de “Viaje al norte” del mencionado grupo barcelonés; uno de los cortes más curiosos del último disco y una agradable sorpresa para la noche. Otra canción amable de escuchar que sonó en esa sección del concierto fue “Cruzando el paraíso” que entre su vinculación con Johnny Halliday o su inclusión en la serie “Crematorio” va ganando justamente enteros como clásico moderno. No tardó mucho en llegar un descanso, que teniendo en cuenta la sucesión de acontecimientos posterior, no fue sino un estratégico impasse para volver con más fuerza. La reanudación fue exitosa en el sentido más amplio, no podía ser de otra forma con “El rompeolas”, canción que de puro cadenciosa, pegadiza y clásica acaba siendo entrañable. Y así se entendió, con los ecos del público tarareando llegándonos claramente al exterior. El tiempo nos fue desgranando casi acto seguido “Memorias de jóvenes airados” y “Carne para Linda”, o sea, uno de los momentos propicios para desbarrar, aunque incluso podía esperarme una interpretación más abrasiva. Sin embargo, la seguidilla posterior fue una auténtica tormenta perfecta, imbatible y superlativa. ¿Cómo se llama a tocar en apenas un corto espacio de tiempo “La mataré” y “El ritmo del garaje”? Despiporre, se llama despiporre; gargantas a pleno rendimiento y una banda de altísimo voltaje. Tuvo que venir, casi a la fuerza, otro receso para permitir el regreso del aliento y seguir hacia adelante. Creo que fue buena idea retornar con los acordes cálidos (y televisivos) de “Hawai 5.0” y a partir de ahí ir alternando canciones como “Eres un rocker” o la muy agradable sorpresa de nada más y nada menos que “Chanel, cocaína y Don Perignon” que no era para nada esperada por ninguno de nuestro escuchante conciliábulo. Siguiente parada para el desenfreno: “Quiero un camión”, que sigue siendo una saludable licencia para hacer el gamba y vacilar y así fue seguramente entre las roqueras filas asistentes.
Por si fuera poco, el ritmo añejo y divertido continuó con “Esto no es Hawai”, en una noche cada vez más jovial, a pesar de que ya se había rebasado la media noche y las dos horas de actuación. A esas horas ya se podía comprobar que este concierto era el elegido, que tenía una pátina especial y era una concienzuda celebración. La extensión del evento así lo rebelaba y además un cartel anunciaba en los accesos que la actuación sería grabada para lo posterior comercialización de un dvd.
Y según avanzábamos seguía siendo patente que el lugar que se le dio al último disco no era ni mucho menos marginal y aún pudimos oír en consecuencia temas como “Rusty”, pero justo es reconocer que fue “Feo, fuerte y formal” la que volvió a levantar pasiones y promovió un divertido feedback entre artista y público. No es una canción muy esotérica dentro del repertorio del Loco, pero reconozco que ya no esperaba oírla, lo que unido a la simpatía que tengo al corte me dejó una muy buena disposición (como más o menos dirían Nacha Pop) para el tramo restante de concierto. Tramo que, por cierto, fue un estimulante trallazo que vino precedido por uno de los pocos “speech” de la noche, donde Loquillo manifestó su aprecio por Madrid, además de presentar a la banda de la gira, que por cierto es: Laurent Castagnet a la batería, Alfonso Alcalá al bajo, Raúl Bernal a los teclados y Josu García, Igor Paskual y Mario Cobo a las guitarra. Después de todo esto, directa al corazón y sin anestesia sonó la magnífica “Las calles de Madrid”; canción muy de mi gusto, no solamente por el orgullo regional, sino también por la marcada consistencia de bajo y batería muy en la onda post punk. Con este tema comenzó el concierto de 2011 en La Elipa y sonó igualmente estupenda. Hablando de La Elipa, tengo para mí la sospecha de que Loquillo, aparte de elegir Las Ventas por su envergadura, también lo hizo por la proximidad a este barrio. No en vano es el feudo de los Burning, grupo del que Loquillo es amicísimo, por no mencionar la proverbial admiración que siempre profesó a Pepe Risi. A todo esto, quedaban dos balas bien cargadas en la recámara siendo la primera de ellas “Rock and roll star”, con su jovial fatalismo urbano de rocker. La interpretación fue bastante interactiva y a Loquillo se le oía interpretarla sobrio, elegante, peripuesto, declamando más que cantando, mostrando chulería en el mejor sentido de la palabra, la de un intérprete que está seguro de sí mismo. Que sean otros los que tocan casi pidiendo perdón. Todas nuestras quinielas apuntaban a que tenía que caer sí o sí el “Cadillac solitario”. No nos equivocamos. La expectativa estuvo a la altura de la pretensión y la potencia con la que se cerró el concierto fue imparable, eléctrica, alimentada por los gritos de “¡Loco, Loco, Loco!”. Casi nos costó irnos alejando en busca de transporte después del titánico colofón, pero fue cosa de maravillarse ir viendo cómo salía el público con una satisfecha cara de felicidad casi post orgásmica (con algún que otro beodo incontinente, eso sí).
¿Qué quieren que les diga? A “DMR” nos hubiera gustado haber estado al pie del cañón pero el temprano “no hay billetes” nos privó de ello. Como la cosa olía a grande decidimos hacer de la necesidad virtud y por lo menos ser, de algún modo, partícipes ya que no pudimos ser actores integrantes. Loquillo es un artista al que admiramos y el hecho de haber llevado a cabo esta experiencia a pesar de no haber conseguido entradas creo que da fe de ello. Y además, estar tranquilamente acomodado en un banco comentando la jugada con tus acompañantes fue agradable. Nos veremos en otra. En cualquier caso, misión cumplida Loco; fue un triunfo.
Texto y fotografías: Mariano González.