Revista Cultura y Ocio
Nadie sabe, nadie, las ganas que tengo de volver. La madrugada es cómplice de mi hechos, esa señora gris; fría; tenebrosa. Ella, la madrugada lo sabe al igual que yo, al igual que yo, sabe las ganas que tengo de volver. Arpegios, arpegios y una sonata, una sonata; da igual que sólo sople la gélida brisa sobre mi tejado, y da igual porque son tantas las ganas que tengo de volver, de girar el tiempo, de hacerlo girar igual que un remolino llevándose las hojarascas y todos los rayos del sol; de aquel lago de emociones que no perecieron; de los mirlos, de los cánticos de los mirlos revoloteando por entre las hojas de las flores, por entre aquel hermoso romero repleto de ramitas verdes se paran algunos; se detienen para llenarse de su aromatizado perfume. Volver, volver tras esa niña que me mira con ojitos chicos, con churretes en la cara; volver donde la luz de las palmatorias parecían céfiros en cada esquina, volutas de humo aquí y allá. Avanza, avanza la madrugada, indisoluble sus átomos parecieran y es que ella se queda conmigo cada noche y ella es cómplice de mis hechos; de mis prerrogativas; de la medida justa de mis sueños. Nadie sabe, nadie, las ganas que yo, tengo de volver…
Texto: María Estévez