Revista En Femenino

Conciliación, empatía, responsabilidad y maternidad: Cóctel Molotov

Por Conmdemamá @CONMDEMAMI

El jueves, una buena amiga me preguntó cómo hacía yo cuando el año pasado, primer año de guardería de Rubiazo, éste se ponía malo. Estaba más que angustiada, no sólo por la fiebre alta de su niña sino porque estaba faltando al trabajo y veía que no era cosa de un par de días.
Qué mal lo estamos haciendo señores, que cuando nuestros hijos caen enfermos deseamos que mejoren, pero no por ellos en sí sino por el sentido de culpa que nos crea no tener "apaño" ni ayuda familiar para estas ocasiones y el sentimiento de lucha interna entre trabajo-hijos. Estamos en una sociedad inmersa en las prisas y el estrés, en la que la conciliación es una realidad inexistente, en la que la familia no es la base... Y así suma sigue.
Spain is different. Para bien y para mal.
Cuando mi hijo, que padece broncoespasmos con frecuencia, ha caído enfermo, el primer día soy yo quien se ha quedado con él, día en que los viajes a urgencias continuos son de lo más normal, día en que vives en un "¡ay!" porque lo ves realmente mal, día en que tus sentidos no están al 100% porque te agobia "el que dirán" tus compañeros cuando vean que has faltado, día en que, sin que nadie lo sepa, lo que más desearías es estar currando porque eso implicaría que tu hijo está sano y no ahogándose. Esa presión es horrible, porque considerándome una persona normal, responsable, cumplidora y trabajadora hasta decir bastante en circunstancias normales, cuando Rubiazo o Pichu han caído enfermos he llegado a sentirme irresponsable y caradura. El segundo día es cosa de su Papi si la gravedad es algo menor, aunque ha habido ocasiones en que he seguido quedándome yo con él, por eso de que el sexto sentido nos mantiene a nosotras más alerta. A partir de ahí, a remaches, hemos tirado de quienes han querido echar cable, pero en nuestro caso la ayuda viene con cuentagotas.
Como le comenté a mi amiga, este año, segundo de guardería para Rubiazo, hemos encontrado una canguro de máxima confianza que nos salva en las ocasiones en que las crisis de Rubiazo van para largo. Pero ha sido este año. El curso pasado no fue posible porque nadie del entorno estaba disponible. Y, como comprenderéis (o no), contratar a alguien a través de anuncios o papelitos callejeros no entraba dentro de nuestros planes, por razones más que obvias.
La sensación de alivio cuando aviso a P. a las 7 de la mañana y viene sin problema a quedarse con el pitufo es enorme. Y esto es lo que me hace plantearme en qué mierda de sistema andamos metidos. Obvio mi alivio es mayor si mi hijo no cae enfermo o si definitivamente mejora, pero saber que tengo apaño y que puedo ir a trabajar y que eso supone menos cargas largas en el ambiente laboral es... PATÉTICO. Y eso que tengo la suerte de trabajar en un colegio donde la humanidad del equipo directivo es enorme, y donde las cuestiones importantes se tienen más en cuenta que en ningún otro que haya trabajado.
Pero, ¿qué queremos? Empezando porque la baja por maternidad aquí en España es irrisoria, porque 4 meses y la posibilidad de alargar 4 semanas más por la lactancia son supuestamente suficientes para dejar a tu bebé y que otro se encargue de él. Si no tienes un familiar disponible y en condiciones, entonces lo llevas a la escuela infantil. Y como su sistema inmunológico aún está inmaduro, de 20 días igual pisa la guardería cinco. Y empieza el ciclón enfermedad-urgencias-falta al trabajo-culpabilidad. Además, entre las razones por las que, al menos en mi profesión, se concede una comisión de servicios que te mantiene no tan lejos del hogar durante un año, no se contempla el tener hijos menores, a no ser que estos tengan alguna minusvalía o discapacidad. Con lo que, si eres madre y tienes, pongamos, un hijo de tres años y medio y uno de pocos meses, y tu plaza está a dos horas de camino, o pides una excedencia y vives del aire, o te vas sola o sola con ellos.
Cuando hablé con M el jueves por la noche, al rato de haber llegado del cole, me sentí súper identificada con ella. Entendí su angustia, mezcla de preocupación por su hija y de "no sé qué hacer porque no quiero faltar otro día", mientras intentaba mantener su instinto guardado, ése que nos dice "que lo primero es lo primero", y lo primero son nuestros hijos. Caprichos del destino, al rato de hablar con ella estaba con Rubiazo en brazos, ventolín en mano y lista para una de las peores noches que recuerdo con él por culpa de sus crisis respiratorias.
Creo que a una persona medianamente normal, enamorada de su trabajo y responsable, no le gusta faltar a su puesto por ningún motivo, porque pensándolo bien, dicha falta sólo supone un retraso en sus objetivos. Es por eso que todos deberíamos ser algo más empáticos con esas personas que llevan tiempo dejándose la piel en su trabajo, pero que, cuando se convierten en madres, han de mantenerse alerta en dos frentes: el maternal y el laboral, y no siempre es fácil. Además, solemos olvidar con facilidad por lo que nosotros hemos pasado, bien porque nuestros hijos ya son mayores y nos queda lejos, bien porque la empatía es una gran desconocida para el resto de nuestras virtudes, y entonces aplicamos una vara de medir no demasiado justa. Y quienes no han pasado por ello, pues evidentemente no pueden ponerse en el lugar de la madre o el padre agobiados porque no lo han vivido, y mientras, los implicadis, en nuestro fuero interno deseamos que no les toque pero que lo vivan, porque es la única manera que tenemos de que se nos entienda, ya que la empatía sigue brillando por su ausencia en esta sociedad en la que juzgar al de al lado te da puntos extra.
Así pues, te entiendo M. Y me encantaría poder decirte que pasa rápido, pero la verdad es que mientras se viven estas situaciones, el tiempo pasa leeeento y no es ni fácil ni agradable. Es penoso no sólo no sentirte apoyado por el sistema para el que trabajas, sino además aguantar la presión de los juicios, opiniones y malas caras de tus iguales, esos que también han vivido o vivirán lo que tú, pero que no son tú.
Lo único que nos queda es seguir presionando en positivo y gritando a los cuatro vientos que QUEREMOS UNA CONCILIACIÓN REAL, que LA MATERNIDAD ES BASE DE LA SOCIEDAD en cuanto a que supone la crianza y el desarrollo del futuro de cualquier grupo humano, que estamos equivocados en el planteamiento de base en este país, que nos estamos dejando llevar por lo material y no por lo humano, que estamos dejando de lado lo realmente importante, que vivimos inmersos en un ciclón en el que la ausencia de valores se mezcla con estereotipos de pena y con la búsqueda de la felicidad a través de miradas críticas a los demás, y donde la comparación está a la orden del día y el egoísmo es líder.
Sí, M, como ves, hablar de maternidad, conciliación, responsabilidad, empatía y culpabilidad en este país es como preparar un cóctel Molotov de primera y lanzártelo a ti mismo. Tal cual. Triste, patético y nada esperanzador.
Sigamos buscando el cambio y, sobre todo, velando por los nuestros. A pesar de todo y todos.

CON M DE MAMÁ y de MOLOTOV


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