¿Qué significa exactamente condenar la violencia? Confieso que llevo unos días dándole vueltas a la expresión. Para ustedes, mayoría de lectores/as, puede ser una pregunta absurda; la violencia es violencia y condenar es condenar. Pero para mí no es tan sencillo contestarla de forma unívoca. Primero está el hecho de condenar. En su tercera acepción en el diccionario de la RAE: Reprobar una doctrina, unos hechos, una conducta, etc., que se tienen por malos y perniciosos. Muy bien, está muy claro. Pero ¿para qué? Me pregunto si el hecho de que X persona condene algo es acaso sinónimo de que realmente piensa lo que dice como para asegurarnos a todos los receptores de su mensaje que su postura es sincera y que cambiará algo de manera determinante. ¿Se trata solamente de decir algo para contentar a otros o para obtener rédito político o social? Porque el hecho de que la banda terrorista ETA -o los franquistas- condenen la violencia que ellos mismos causaron sí que tiene un resultado simbólico que puede servir de punto de partida para construir cosas después de generar un daño terrible y perdurable en gran parte de la sociedad española. Pero, ese significado simbólico de la condena, ¿sirve para todo el mundo, en cualquier circunstancia y lugar y para cualquier tipo de violencia? ¿No estamos abusando de ello (y del concepto de violencia) por motivos banales e interesados?
En segundo lugar está el tema de LA VIOLENCIA. Así, en mayúsculas y en negrita. Como si solo hubiera una violencia. Como si no existieran grados, contextos, objetivos ni intenciones. La violencia no es deseable, nunca. Dejemos eso claro desde ya. Siempre es preferible arreglar los problemas hablando que a golpes o a tiros. Pero es absurdo negar que la violencia, a lo largo de la historia, ha sido una herramienta fundamental para construir sociedades, para obtener derechos, para derribar tiranías. Y también para destruir sociedades, eliminar derechos y crear tiranías. Porque la violencia tiene contextos, tiene grados, tiene intenciones y direcciones. Reaccionamos a ella según nuestras propias sensibilidades. Y destaco esa palabra -reaccionar- porque creo que eso es lo que hacemos todos ante la violencia. Yo no condeno la violencia; reacciono ante ella. Y no reacciono igual ante distintos tipos de violencia. Nadie, de hecho, por mucho que nos engañemos. Porque no es lo mismo la violencia que ejerce una dictadura sobre los ciudadanos que la violencia que puede ejercer un ciudadano que vive en una dictadura sobre los representantes de la misma, aunque ninguna de las dos sea deseable. No sentimos lo mismo ante un asesino en serie electrocutado en la silla eléctrica en Estados Unidos que ante una mujer lapidada en Irán por ponerle los cuernos a su esposo. Aunque ninguna de estas circunstancias me parezcan ni deseables ni permisibles.
No escribo esto para justificar o adherirme a los disturbios de Barcelona, porque no es tan sencillo. No estoy de acuerdo con ningún tipo de nacionalismo - ni catalán ni español- ni por tanto con el independentismo catalán porque no creo que haya razones suficientes para ello. Pienso que debería estudiarse seriamente a nivel nacional un nuevo modelo (tal vez federal) para España, lo cual requiere negociaciones, referendums y demás herramientas políticas. Pero por otro lado siempre defenderé el derecho de cualquier ciudadano a la protesta. Y siempre defenderé que montar barricadas, dañar mobiliario urbano o responder a la violencia policial son herramientas legítimas (que no legales, ojo) para la protesta pero, como dije antes hay contextos, hay grados, hay intenciones, con los que se puede estar de acuerdo o no. Nuestro mundo no es un mundo en blanco y negro: es un mundo con una infinita gama de grises. ¿Estoy de acuerdo con que se corte una calle con una barricada, se quemen contenedores e incluso se responda a las agresiones de la policía? Pues sí, podría estarlo, dependiendo del objetivo de la protesta y del grado de violencia. De quién la ejerza y sobre qué o quién lo haga. ¿Estoy de acuerdo con que se provoque un traumatismo craneoencefálico a un policía lanzándole una piedra desde un balcón? No, no puedo estar de acuerdo con eso, bajo ninguna circunstancia. Como tampoco puedo estar de acuerdo bajo ninguna circunstancia con que las Fuerzas de Seguridad del Estado, que tienen el monopolio de la violencia, la ejerzan de manera indiscriminada y desproporcionada -independientemente de a quién tengan enfrente-. Pueden parecer matices, pero lo que importa son los detalles.
Dicen que en una sociedad avanzada como la nuestra la violencia no puede ser una respuesta. Lamentablemente hay suficientes hechos en nuestra historia reciente que demuestran que sí lo puede ser y que, por tanto, tal vez nuestra sociedad no esté tan avanzada como pensamos: los chalecos amarillos en Francia, los indígenas en Ecuador, los actuales disturbios en Chile y tantos otros en todo el mundo. En los dos primeros ejemplos que pongo necesitaron de cierto grado de violencia para que sus políticos les prestaran atención, escucharan y rectificaran medidas injustas. Veremos qué pasa en Chile. Obviamente también hay ejemplos de violencias que no llevaron a ningún sitio. Otra vez la importancia de los matices y detalles, de los contextos, de los grados. Pero esto demuestra la separación brutal que existe en nuestras pretendidamente avanzadas sociedades entre ciudadanos y clase política. Una clase política que se cierra en sí misma, no escucha, no rectifica, que no nos representa a nosotros que los pusimos ahí, sino a ellos mismos. Cuando movilizaciones, marchas, sentadas, caceroladas y demás expresiones pacíficas de descontento no tienen efecto visible en nuestros políticos, ¿qué nos queda a los ciudadanos? ¿cómo canalizamos nuestra rabia y nuestra frustración? ¿Nos sentamos a esperar a las próximas elecciones para repetir lo mismo con otros nombres? ¿O debemos hacer lo que creamos que sea necesario para hacernos escuchar? Como ya he dicho varias veces, tal vez todo dependerá del grado, de la intención, de los objetivos... en definitiva: del contexto y de los matices. Y de las cerillas que sigan encendiendo medios y políticos. Confieso que tengo más dudas que certezas.
Foto de portada: Sergio Uceda.
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