>Juan Barreto
Estamos llamados a asumir el momento que vivimos como el momento de ofensiva revolucionaria, una ofensiva que debe materializarse en la construcción de una política creadora concreta con la cual se impulse, sin ambigüedades, un viraje definitivo hacia la construcción de eso distinto que enunciamos como buen vivir. Se trata del momento político en que, como lo ha dicho el presidente Chávez nos jugamos hasta la propia vida.
En este viraje, resulta imprescindible tener claridad sobre los núcleos vitales del debate, que no son otros que aquellos que tienen que ver con la naturaleza del poder y las formas de concreción del poder popular. Porque si no tenemos clara la visión estratégica del poder, es fácil caer en fatales errores políticos tales como el dogmatismo, el burocratismo, el estatismo y las prácticas oportunistas, o hasta en conductas y acciones antagónicas al comportamiento revolucionario. Errores que, sin duda, también tienen que ver con formas de entender el mundo, nuestras relaciones con él, con los otros y con nosotros mismos, y particularmente con las formas de pensarlas, decirlas y sentirlas.
Así que para incorporarnos con éxito al debate, uno de los puntos centrales de nuestra reflexión, tiene que tomar en cuenta al lenguaje y los engramas lógicos que utilizamos para construir el pensamiento, por ejemplo: es el carácter sucesivo y, a la vez, simultáneo del lenguaje y, en consecuencia, la simultaneidad de lo que nombramos y hacemos con el lenguaje. El lenguaje es parte de la vida que es simultánea. Lo que en ella ocurre y nos ocurre siempre tiene la marca de la simultaneidad. Por ende, el lenguaje es multiplicidad, los lenguajes son multiplicidad de multiplicidades comprimidas y están íntimamente relacionados con una concepción del mundo y de nuestras acciones en él, así como nuestras prácticas también son discursos que articulan el lenguaje.
Solemos perder de vista lo múltiple y su movimiento simultáneo y muchas veces asumimos concepciones en las cuales se supone que el proceso revolucionario avanza por etapas o fases sucesivas y lineales. Dígase de la visión positivista y occidental del desarrollo. Pero resulta que eso que llamamos “etapas” son creaciones humanas. Cuando leemos a Lenin en Las tesis de abril, podemos constatar que él hacía frente a unos compañeros que actuaban bajo la tesis de que las condiciones objetivas no eran favorables. Lenin actuaba respondiéndoles que en el capitalismo tales condiciones sí estaban de suyo dadas para hacer posible una revolución, que hacía falta, más que condiciones objetivas, el papel de la voluntad política hecha acción.
Lenin se refería fundamentalmente a que el capitalismo produce la miseria y la explotación del trabajo, de manera tal que las condiciones a ser creadas eran las subjetivas, porque las objetivas están presentes. Destaca Lenin, que es la voluntad política la que construye el escenario y no al revés. De modo que las condiciones objetivas y las subjetivas devienen en un mismo movimiento: la voluntad política materializada en acción revolucionaria como simultaneidad de la multiplicidad de las prácticas.
Es de vital importancia tener presente este planteamiento de Lenin, cuando hablemos del socialismo del siglo XXI. Este es el debate, un punto de inflexión que cruza el deseo revolucionario, crea el acontecimiento, y la gente lo ha asumido así. Este debate está intrínsecamente relacionado con el impulso social de nuestras prácticas, tiene que ver con el ejercicio del poder popular, con la democracia radical revolucionaria, que se construye día a día; con el poder popular a través de los movimientos sociales, los consejos comunales y demás espacios de articulación del poder popular.