Recientemente estrenada en España, la coproducción Un día más de vida (Another day of life) (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2018), nos acerca al constante estado de guerra en el que ha vivido Angola durante más de 40 años. Y lo hace utilizando la técnica de animación, tan implantara ya en el género documental que hasta los Premios del Cine Europeo tienen una categoría específica dedicada al Mejor Documental de Animación, en la que está incluida esta película. Utilizando la técnica de la rotoscopia, con dibujos realizados sobre grabación de imágenes reales, Un día más con vida nos presenta la realidad de un conflicto bélico que, como en el caso de la mayor parte de los conflictos africanos, quizás porque no están rodeados de petróleo, ha pasado desapercibido en los medios de comunicación. Su presencia en Film fra Sør está incluida en la Sección Politisk Animert, que incorpora oros trabajos de animación con una perspectiva política, como la espléndida The breadwinner (Nora Twomey, 2017), nominada al Oscar en su última edición. En el caso de Un día más con vida, quizás la narración no termina de encontrar el vehículo adecuado para introducirnos con profundidad en la justificación real de una guerra inacabable (aparentemente terminada con la independencia de Angola en 1975), pero este problema narrativo lo suple con unas secuencias de animación que son realmente espectaculares, especialmente aquellas que reflejan cierta entonación del periodista que funciona como narrador. Acompañada por un destacable trabajo de Mikel Salas en la banda sonora, habitual colaborador de Raúl de la Fuente, el documental consigue capturarnos más por la técnica que por su temática, pero supone uno de los trabajos más interesantes que hemos visto en este terreno.
La Sección Oficial de Documentales, Dok:Sør presentó ayer en Oslo el esperado Matangi / Maya / M.I.A. (Steve Loveridge, 2018), producción cuyo estreno se ha retrasado en varias ocasiones y que tiene como protagonista a la cantante M.I.A.m que consiguió el mayor éxito de su carrera con su colaboración con el compositor A.R. Rahman en la banda sonora de la película Slumdog millionaire (Danny Boyle, Loveleen Tandan, 2008), por la que consiguió nominaciones al Oscar y el Grammy.Lo mejor que se puede decir del documental, que sufre una notable desproporción narrativa algo caótica en su estructura, especialmente en la primera parte, es que no trata de ofrecer un retrato complaciente con la protagonista. Y, sobre todo en la segunda mitad, mucho más interesante, cuando aborda las polémicas en las que se vio envuelta M.I.A., primero por su denuncia del genocidio que estaba viviendo su país de origen, Sri Lanka, y más tarde por su famosa peineta cuando actuaba invitada por Madonna en en la Super Bowl, que le costó una demanda millonaria por parte de la Liga de Fútbol Profesional de Estados Unidos, es cuando el director, amigo de la infancia de la cantante, no evita mostrar a la protagonista con sus defectos y sus virtudes, y con esa cierta contradicción personal que le ha llevado prácticamente a ser repudiada por la industria de la música después de alcanzar el estrellato. Acusada primero de lanzar denuncias políticas desde su cómoda posición rodeada de lujos, con la censura de su video "Born free" por ofrecer imágenes de violencia explícita, por ejemplo, la trayectoria de M.I.A. muestra sin duda el absurdo y la hipocresía de los medios de comunicación estadounidenses, con ejemplos patentes como el del cinismo del New York Times, pero también delata a una artista que no termina de encontrar el equilibrio adecuado entre su fascinación por la fama y su compromiso personal. En este sentido, el documental tiene la virtud de no ser una mirada totalmente complaciente y, con sus defectos, revela en buena medida ese espíritu provocativo que ha marcado la trayectoria de la cantante. Quizás ese espíritu provocador también es el origen de las declaraciones de la protagonista en el estreno del documental afirmando que "no es el documental que ella hubiera hecho". Por su parte, en el Festival de Estocolmo hemos visto dos documentales dirigidos por mujeres que, en buena medida, muestran lo mejor y lo peor del género. I see red people (Bojina Panayotova, 2018) es una película narrada en primera persona por la directora búlgara, que también está presente en la mayor parte de las escenas, que propone un viaje de investigación hacia los orígenes de su familia, tratando de encontrar la verdad sobre la colaboración de su padre con la policía secreta. A su favor podemos decir que este acercamiento a su propia historia personal, o más bien a la de su familia, funciona especialmente cuando se convierte en una especie de enfrentamiento familiar, cuando tanto su madre como su padre evitan la cámara de su propia hija, acusándola de estar obsesionada con el pasado. Es ahí, en esos momentos especialmente, en los que los fantasmas de la sospecha hacen su aparición, y en este sentido casi funciona mejor como una especie de psicodrama que como documental en sí mismo. El problema de esta película casi realizada de forma casera por su directora, que se presentó en la Sección Panorama del Festival de Berlín, es que esta investigación personal no tiene un desarrollo más general, y su capacidad para ahondar realmente en el pasado de Bulgaria, y las relaciones más que oscuras de su gobierno con el comunismo, es muy limitado, por lo que su consistencia como películas resulta insuficiente. En el otro lado de la balanza encontramos The Waldheim waltz (Ruth Beckerman, 2018), sin duda una de las mejores producciones documentales de este año, que de hecho fue el ganador del Premio al mejor Documental en el Festival de Berlín. Aquí, la experimentada directora austríaca Ruth Beckerman nos acerca, también en primera persona, a otra búsqueda de la verdad en el pasado del que fuera Secretario de las Naciones Unidas y presidente de Austria, Kurt Josef Waldheim, acusado de haber colaborado con los nazis. A pesar de ello, nunca se ha demostrado que esta colaboración fuera real y directa, pero sí se le ha condenado moralmente. La directora muestra parte de su trabajo como documentalista de las protestas que se vivieron durante las elecciones a la presidencia, y no tiene reparo en trasladar su propio punto de vista. Pero el documental resulta especialmente revelador gracias a la utilización de numeroso material de archivo que, realmente, habla por sí solo. En este sentido, Ruth Beckerman acierta en la perfecta estructuración del relato, absolutamente claro, y mantiene a veces durante varios minutos las imágenes de archivo que son en sí mismas parte fundamental de la narración. Es este respeto por el material de archivo lo que convierte a esta película en un perfecto ejemplo cómo se puede elaborar un documental de inmejorable descripción sin utilizar recursos alejados del género. Y es por eso quizás que Austria lo ha elegido como candidato al Oscar a Mejor Película Extranjera, independientemente de que tenga muchas posibilidades de acabar siendo nominado como Mejor Documental.