Confieso un par de miserias personales

En aquel entonces grandes empresas me tiraban su sucio dinero a la cara para que escuchara a sus vendedores llamar.

A veces había lloros.

Esta mujer, Laura, cuarenta y pocos, llevaba varios meses sin llegar a objetivos. Había recibido todos los avisos posibles, todos los discursos motivacionales y todas las formaciones. Pero conforme aumentaba la presión, los resultados empeoraban.

Un día, al finalizar una llamada, rompió a llorar. Solo pensaba en el despido.

Más.

A la semana siguiente había puente. Laura había pedido vacaciones. Se iba de viaje con su novio.

No juzgo.

Aunque no lo creas, es el instinto de supervivencia.

Normalizamos la convivencia con la muerte.

Laura estaba tan acostumbrada a vivir con ansiedad que ni se planteó que se podía viajar sin ella.

Escasez de dinero, de tiempo, de libertad.

Pereza, monotonía, falta de motivación.

Inseguridad, previsibilidad, disgusto con el trabajo.

Cuando eso es todo lo que has conocido durante años es difícil creer que otra cosa sea posible.

No hablo desde la teoría. Ni desde la observación. Hablo desde la experiencia.

Años de asco, escasez y ansiedad.

Llegue a pensar que salvo que me tocara la lotería tragar mierda a cambio de unas monedas era mi destino. Pero hubo tres cosas que nunca deje de hacer. Tres cosas que me salvaron.

• La primera, estudiar ventas.
• La segunda, una locura. Algo que prácticamente nadie se atreve a hacer. Poner en práctica todo lo que estudiaba.
• La tercera…

Con el tiempo me di cuenta de que con la tercera eliminté al 99 % de mis competidores.

La tercera fue insistir.

Perseverancia, el talento de los que no tenemos talento.

Estudiar, hacer, insistir.

Una combinación imbatible.

No existe fuerza mayor en el universo.

Tengo un newsletter de ventas.

Cuento exactamente lo que hubiera necesitado que me contaran a mí para que ese camino no me llevara años.

Cada día envío un email con una lección de ventas. Día que estás fuera, lección que te pierdes.

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