María Alejandra Díaz Marín
El drama permanente del mundo actual, caracterizado principalmente por la desestructuración de las sociedades de todos los países mediante la utilización de dispositivos de ingeniería social (control de poblaciones, liberación femenina, ideología de género, pacto mundial de migración regulada y ordenada…) aplicados mediante la legislación supranacional elaborada y aprobada desde el concierto de naciones agrupados en la ONU, y por la desestabilización y caotización de los países poseedores de recursos naturales y energéticos y minerales estratégicos, cuya existencia despierta el apetito y la voracidad de la potencia hegemónica mundial y sus aliados, generalmente coaligados en “alianzas” de intereses, con la excusa de la existencia de regímenes no democráticos o dictatoriales no acordes con el
status quo “democrático” impuesto desde su visión imperial, mediante la aplicación de sanciones, bloqueos y medidas económicas coercitivas (generalmente unilaterales) para asfixiar económicamente a los gobiernos y poblaciones de dichos naciones con el fin de implantar regímenes afectos y serviles a los intereses corporativos de las empresas transnacionales ocultos tras ese poder imperial
Los imperios no perdonan: imponen acciones preliminares confluentes mayoritariamente en el surgimiento de situaciones prebélicas (
casus bellis) o sino en la generación de conflictos bélicos con el resultado funesto de la destrucción de las economías y territorios de los países afectados por esas guerras y los consecuentes genocidios contra sus poblaciones y etnias, indefensas ante el poderío bélico de los genocidas ejércitos invasores y/o de ocupación, operaciones militares de cuarta y quinta generación (conocidas con el denominador común de guerras híbridas) que conllevan las más terribles acciones violatorias de los derechos humanos, son los resultados presentes no sólo de un pasado colonial, sino sobre todo de la multipolaridad decisional instalada en el Occidente y su criminal visión malthusiana.
Todos estos acontecimientos nos llevan a pensar que el proceso de repolarización tradicional ha devenido a su vez en un proceso de despolarización en la escala global actual: la Apolaridad
¿Por qué decimos esto? Porque hoy asistimos a una etapa de la historia humana en la que el orden internacional se encuentra en estado de apolaridad por la acción de factores infinitamente más complejos que los que afectaron a la política occidental entre los siglos XVIII y XX, ningún centro decisional controla hoy todos los segmentos que conforman la estructura de las relaciones internacionales, ésta ha sido desbordada por los acontecimientos.
En la actualidad de hoy EEUU debe compartir el poder con el resto de los distintos actores en diferentes segmentos del sistema mundo (ciencia, tecnología, comercio, finanzas, capacidad militar, energético, etc…) Ninguno de los tradicionales polarizadores del sistema, ya ni siquiera los nuevos, tienen la capacidad para imponer un orden a escala global, ni dentro de los segmentos de poder que integran la dinámica política internacional. Este hecho obedece a la rapidez en el ritmo y la manera acelerada cómo se producen los cambios, sobre todo los tecnológicos, cuyo impacto en las sociedades actuales (occidentalizadas en su mayoría), además de ser total se produce a un ritmo muy acelerado, sumándosele la no existencia de consenso acerca de las reglas aceptables que deben ser aplicadas para la estabilidad de ese nuevo sistema internacional.
La contemplación de ese panorama mundial nos mueve a afirmar que hoy por hoy estamos afectados por la egida de un sistema imperante bajo un orden caórdico, del cual podría predicarse sin muchas dificultades su des-orden. Y, ya dentro de su estructura, podría señalarse sin muchas dificultades el conjunto cada vez más numeroso de actores secundarios que actúan como polarizadores menores, en pugna constante por establecer reglas en cada uno de los segmentos de poder, sobre todo en los estratégicos/militares, científico/técnicos y en los económicos/financieros.
Esa pugna irresoluta, y en plena vigencia, a su vez imposibilita la no existencia aún de un orden global (autoridad ordenante) que impere sobre la totalidad de los segmentos de poder, también nos mueve a pensar en la existencia de un sistema mundial con altos niveles de entropía (política, social, económica,cultural y epistemológica). Esa condición entrópica de apolaridad (evidentemente existe) no es otra cosa sino la anulación respectiva de poderes entre un número relativamente alto de polarizadores secundarios que en este marco posibilita alianzas estables y de largo plazo entre actores (China-Rusia), haciendo crujir la estructura del Sistema, alcanzando su máximo nivel de ebullición en los actuales momentos.
Bajo esta condición de apolarización en las relaciones internacionales, continúa avanzando el proceso de globalización o mundialización: proceso multidimensional, no sólo económico que fomentó el comercio universal, estandarizó normas económicas, financieras y monetarias, generalizando las normas y el comportamiento social, para con ello influir sobre los pueblos, afectando no sólo la diversidad cultural, social, geopolítica, ideológica, política y comunicacional, entre otras áreas de interacción, sino como expresión real de un paradigma que pretende avasallar cualquier intento diferenciador o emancipador de esa visión totalizante y dominante.
Siendo la globalización la expresión culminante del paradigma social hegemónico, donde predomina la racionalidad instrumental, su “globalismo” y el “Estado mínimo”, caracterizado por la supremacía de matices culturales, lingüísticos y comunicacionales basados en la exacerbación del individualismo consumista, la racionalidad de la ganancia y la libertad objetual “posesión de objetos”, que se han hecho hegemónicos gracias al poder de penetración de las TICS (Hernández) y su expresión determinante: la interdependencia global de los mercados financieros, permitida y potenciada por la causa evolución de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, favorecida por la desregulación y liberalización de los mercados (Castells), que este orden (estilo de globalización dominante) necesita para terminar de capturar el planeta, liquidar, disminuir e instrumentalizar a los Estados Nación, por pertenecer éstos a un tiempo pasado, en el que el capitalismo industrial y productivo necesitaba consolidarse, siendo la Paz de Westfalia su máxima expresión, la Venezuela Bolivariana resulta poco menos que un mal ejemplo y un estorbo a los planes de dominación global adelantados por la élite corporatocrática mundial con la anuencia de la cúpula enquistada en la Organización de Naciones Unidas.
Hoy cualquier Estado se convierte en un obstáculo a la hegemonía globalizante si reclama soberanía, independencia y autodeterminación, representado una obstrucción a la globalización cuyo objetivo de dominación principal es imponer su ideología extractivista y utilitarista, ya no con el único fin de maximizar ganancias, controlar todas las riquezas y recursos de los países, ahora además se han propuesto controlar y esclavizar las poblaciones y sociedades de los Estados Nación a ser destruidos, objetivo detrás del cual se esconde el siniestro fin de consolidar un único gobierno mundial.
Siendo que la Globalización liquida no sólo lo colectivo, lo común a favor de las corporaciones, todas las manifestaciones y acervos culturales también son extraídos y saqueados antes de su demolición, reduciendo el Estado a su mínima expresión, donde éste se desprende de la prestación y protección del pueblo excluido para delegarlos en las corporaciones, representando hoy un desastre mundial caracterizado por: la desnacionalización de programas estatales, privatización de normas jurídicas y deslocalización de lo territorial, nos preguntamos por el papel desempeñado por la Doctrina Militar de Defensa que en la Venezuela de Chávez debemos asumir para garantizar la soberanía plena.
Entendiendo que, en tanto avanza y gana el proceso globalizador pierde la soberanía de cada Estado Nación, pues el poder de decisión puertas adentro del territorio nacional mengua, el desmontaje de la nación se acelera, disolviendo y licuando sus fronteras, perdiendo el Estado tradicional su poder y soberanía en aras de un poder simbiótico unido al Capital sin fronteras y sin nación, donde dejan de existir lo público y lo privado, convirtiendo los intereses del Estado en los intereses de los conglomerados financieros, jurídicos y transnacionales, cuyo fin es atrapar los recursos naturales, materias, primas riquezas y territorio, alterando no sólo los derechos y a la población, sino la geografía misma de los espacios donde se asienta el territorio de nuestras matrias.
Esta circunstancia donde a su vez el Estado fagocitado o subsumido por la nueva superestructura generada por el imperio corporatocrático, genera nuevos órdenes de expulsión que (contradictoriamente) sólo pueden enfrentarse desde el Estado: trabajadores con salarios de hambre, convenciones colectivas vulneradas y esclavistas, desmontaje de programas sociales gubernamentales (salud, educación, servicios), leyes que retrogradan los derechos fundamentales, migraciones, financiarización de la economía: traducido todo ello en una retrogradación del consumo, expoliando al trabajador y aumentado la pobreza.
En ese escenario mundial imperante, la Venezuela Bolivariana se convirtió en una sustracción real a la globalización. El Comandante Chávez la plasmó, desarrolló y concretó en un plan político: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, una Constitución Soberana que constituyó al Estado en Democrático, Social de Derecho y de Justicia, preservando por un lado la propiedad de todos los venezolanos sobre los recursos naturales que se encuentran en nuestro territorio -las joyas de la corona para la corporatocracia mundial- y distribuyendo justamente esas riquezas, en clara oposición a la mundialización.
Esta sustracción además de detener las tendencias disolutivas de la globalización, expresadas fácticamente como una avanzada neoliberal sobre el continente, también permitió la concreción de un contrapoder, opuesto a la globalización dominante, no solo en lo nacional, sino que irrumpió desde el punto de vista geopolítico en el escenario internacional, posibilitando la creación del ALBA, UNASUR, CELAC, PETROCARIBE, concretando alianzas y comprendiendo que los Estados Nación en solitario no iban a ser suficiente contrapeso para detener el poderío de la corporatocracia mundial. Sólo comunidades más grandes, con mayor peso y poder, voluntad política, orgánica y aglutinantes de los intereses comunes de los pueblos, funcionarían como medida de protección ante el avasallamiento del neoliberalismo.
Después del asesinato de Chávez y en el marco de los acelerados cambios experimentados permanentemente por las Relaciones Internacionales (apolarización como sugerimos) y la manera cómo ha venido mutando la naturaleza de los conflictos devenidos de esas alteraciones y ante las amenazas de conquista neocolonial que desde el ascenso de la Revolución Bolivariana al poder se ciernen sobre nuestro país, mediados por los continuos ataques multifactoriales y multidimensionales al Sistema de la República Bolivariana de Venezuela, endógenos y/o provenientes del entorno hostil, consideramos necesario y urgente profundizar e innovar en un concepto transversal cuya inclusión pensamos potenciaría la Doctrina de la Unión Cívico Militar planteada por Chávez y la Constitución Nacional en su Título VII.
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