Confucio y la educación
A menudo se señala que las sociedades más dinámicas y con más éxito del Este y Sudeste asiático (Japón, Corea, Taiwan, Hong Kong y Singapur) comparten una cultura confuciana común. ¿Habría por ello que llegar a la conclusión de que las Analectas podrían realmente proporcionar una fórmula secreta que posibilitaría en todas partes inyectar energía a las economías que flaquean y movilizar y motivar a una ciudadanía apática?.
La prosperidad de un Estado moderno es un fenómeno complejo que difícilmente puede ser atribuido a un único factor. Sin embargo, existe sin duda un rasgo común que caracteriza a las diversas sociedades «confucianas», pero hay que señalar que este mismo rasgo puede encontrarse en otros grupos sociales o étnicos (por ejemplo, en ciertas comunidades judías del mundo occidental) que son igualmente creativos y prósperos, pero que no tienen conexión alguna con la tradición confuciana. Este rasgo común es la extraordinaria importancia que todas estas sociedades atribuyen a la educación).
Cualquier gobierno, cualquier comunidad o cualquier familia dispuesta a invertir en la educación tan considerable proporción de su energía y recursos podrían alcanzar beneficios culturales, sociales y económicos comparables a los que logran actualmente estos Estados «confucianos» de Asia que prosperan, o por algunas dinámicas y ricas minorías inmigrantes del mundo occidental.
Al afirmar que el gobierno y la administración del Estado debe confiarse exclusivamente a la elite moral e intelectual de los «caballeros», Confucio estableció un vínculo duradero y decisivo entre la educación y el poder político: sólo aquélla puede proporcionar acceso a éste. En la Edad Contemporánea, incluso después de la eliminación del sistema de exámenes para el funcionariado y la caída del imperio y, a pesar de que la educación dejó de ser la clave de la autoridad política —que en esta nueva situación pasaría probablemente a ser el cañón—, el prestigio atribuido tradicionalmente a la cultura continuó sobreviviendo en la mentalidad de las sociedades confucianas: el hombre educado, por pobre y desvalido que sea, todavía inspiraba más respeto que el rico o el poderoso.
La educación confuciana estaba abierta a todos sin ninguna discriminación: a ricos y pobres, a nobles y plebeyos. Su objetivo era principalmente moral; el logro intelectual era el único medio para cultivarse éticamente. Existía una creencia optimista en el omnipresente poder de la educación: se presuponía que una conducta equivocada procedía de una falta de comprensión, de una carencia de conocimientos; sólo con que pudiera enseñarse al delincuente y hacerle percibir la naturaleza errónea de sus acciones, éste enmendaría de forma natural su proceder. (El concepto maoísta de «reeducación» que llegó a generar los excesos terribles del periodo de la «Revolución Cultural» fue, de hecho, uno de los muchos resurgimientos inconscientes de la mentalidad confuciana, que, paradójicamente, impregnaba la subestructura psicológica del maoísmo.)
Pero lo más importante es que la educación confuciana era humanista y universalista. Como decía el Maestro: «Un caballero no es una vasija» (o también: «Un caballero no es una herramienta»), queriendo decir que su capacidad no tenía un límite específico, ni su utilidad una aplicación limitada. Lo importante no es la información técnica acumulada ni la profesionalidad especializada, sino el desarrollo de la propia humanidad. La educación no tiene que ver con tener, sino con ser.
Confucio rechazó con rudeza a un estudiante que le hizo una pregunta de agronomía: «¡Es mejor que preguntes a un viejo campesino!» Por esta razón, con frecuencia se ha afirmado actualmente que el confucianismo inhibió el desarrollo de la ciencia y de la tecnología en China. Pero no existen fundamentos reales para dicha acusación. Simplemente, y en estos asuntos, los intereses de Confucio se centraron en la educación y en la cultura, y no en el entrenamiento y la técnica, que son temas completamente distintos, y es difícil llegar a saber cómo pueden abordarse estos temas de una forma diferente, tanto en la época de Confucio como en la nuestra. (El famoso concepto de C. P. Snow de las «Dos Culturas» se basó en una falacia fundamental: él ignoraba que, lo mismo que la misma humanidad, la cultura sólo puede ser una por propia definición. No dudo de que un científico pueda estar más cultivado que un filósofo, un latinista o un historiador —y probablemente debería estarlo—, pero, si lo está, será porque lee filosofía, latín e historia en sus momentos de ocio).
( Del prólogo de las Analectas )
Confucio – Las Analectas