Uno de los vídeos virales que corren por internet desde hace tiempo ha tenido la virtud, si esto se puede catalogar así, de mostrarnos cómo una mayoría de las personas que conforman nuestra sociedad prefieren quedarse en la anécdota, en lo gracioso, o aún en lo que más molesta o indigna, pero no van más allá en las posibles conclusiones a las que se puede llegar ante lo que se les está mostrando.
Se trata de un vídeo de un congreso del sindicato comunista Comisiones Obreras, celebrado en Sevilla, en el que el moderador, al final de la sesión, avisa a la muchachada sindical sobre algo sumamente importante. Que los asistentes al congreso disponen en sus mochilas, que es de suponer que les fueron cedidas por la organización, de una tarjeta que no solo les garantizará la primera copa gratis cuando acudan a la Discoteca Bilindo, recomendada por el sindicato. La tarjeta será válida para “todas las copas” que consuman esa noche y la segunda, “para quien pueda interesar”.
Así que si nos guiamos por el ambiente sonoro del vídeo y calculamos que la asistencia a este congreso de Comisiones Obreras pudo ser o bien de muchas decenas de personas, o bien de unos cuantos cientos… la pregunta que debería plantearse cualquier persona observadora bien podría ser, por ejemplo, ¿quién paga las copas que pueda beberse toda esa gente durante dos noches de jolgorio sindical en una discoteca que se anuncia a sí misma como “un lugar legendario en Sevilla?
Y después otras cuestiones, como por ejemplo…
¿Paga las copas el empresario dueño de la discoteca, por mero altruismo sindical?
¿O las paga el sindicato comunista, en plan “hazme precio, que te traigo doscientas personas, dos noches seguidas?
¿Y si las paga el sindicato… el dinero sale de las cuotas de los sindicalistas, o proviene de los bolsillos de los contribuyentes a los que el Estado expolia para financiar a las mafias sindicales que jamás defenderán los intereses laborales de la mayoría de esos mismos contribuyentes?
No se puede calificar esto como una anécdota puntual de unos caraduras que aprovechan un viaje pagado para divertirse a costa de otros. Ya en mayo de 1998, un entonces exdelegado sindical de una distribuidora de productos de alimentación que proveía a tiendas del ramo en Aragón, Soria y La Rioja, me contaba con todo lujo de detalles cómo él mismo y otros compañeros de sindicato acudían a congresos en Barcelona durante un par de días cada tres meses, y en las carpetas que la organización les proporcionaba con documentación y el orden de cada día de reunión, también venían adjuntos pases para algún local del Paralelo, con consumiciones pagadas, y una guía de sugerencias sobre otros sitios de la noche.
Que un sindicalista se dedique en su vida privada a hacer encaje de bolillos o a emborracharse en sus salidas nocturnas, es exclusivamente asunto suyo. Pero que para cualquier actividad privada se sirva de los recursos públicos asignados no precisamente para esos fines, entra ya en el terreno de la canallada y de la estafa. Hace ya muchas décadas que los sindicatos tienen la peor imagen. Por una mayoría de españoles son percibidos como maquinarias de poder al servicio de partidos políticos y de otros intereses incluso empresariales, a la vez que funcionan como inmensas oficinas de colocación para amiguetes, afiliados y simpatizantes de los propios sindicatos y de sus partidos políticos. Seguramente, semejante imagen tan merecida de corrupción desaparecería en gran medida si estos falsarios y vendidos sindicatos, de una buena vez, se financiaran exclusivamente de sus afiliados y no recibieran ni un solo céntimo de dinero público. Pero los sindicatos son parte del sistema. Y el sistema está corrupto. Mientras no se dé un cambio político y social radical, no esperemos de la bondad de los políticos que la corrupción desaparezca.