Revista Opinión

Conjetura de Naranjito y demás traumas Infantiles.

Publicado el 23 junio 2019 por Carlosgu82

Cap.1 Prólogo.

Cuando alguien con una edad similar a la mía me pregunta por mis años, siempre le respondo con mi expresión popular más rancia.

  • -Soy del año de Naranjito…

¿Qué le vamos a hacer? Fui a la EGB, mi nivel intelectual no sobrepasa el de un «cuñado estándar» en la sobremesa navideña.

Estoy rozando el límite exacto de lucir con orgullo una pulserita de Ciudadanos y tener un selfie con Risto de perfil en Instagram.

Es por eso que justo después de pronunciar «Naranjito» en la mayoría de ocasiones, se produce un incómodo silencio… Tras el cual mi añeja expresión se diluye en el ambiente ante la ausencia de respuesta. Como mucho, el oyente alza una ceja sorprendido por mi extremo nivel de «cuñadismo» y continúa la conversación obviando esa parte.

Aun quedando como un gañán, pues no todo el mundo comprende todas las connotaciones que conlleva el concepto «Naranjito. Creo profundamente que vale la pena intentarlo, ya que cuando coincido en el espacio/tiempo con otro ser en estado de iluminación y pronuncio mi caduca expresión, se crea un vínculo de unión mágico; Surge una inconfundible mirada de complicidad con ese individuo que, totalmente obnubilado, me contempla como si le hablara una zarza en llamas a la falda del Sinaí.

Justo en ese preciso instante de comunión mística, si fijo mi atención en sus ojos ausentes, aún puedo percibir los traumas psicológicos derivados de aquella época.

La mirada de las 1000 yardas le llaman; Inerte, perpleja, desenfocada… Rápidamente reconozco que ese sujeto que me mira como si acabara de darle un «Marichalazo» también es un superviviente de aquella época y que ha sufrido injusticias similares a las que yo viví.

Aclaración para los nativos digitales que aún no hayáis cerrado la página:

(Sentiros aludidos todos aquellos que hayáis nacido en los 90, agitando un mando de Súper Nintendo en vez de un sonajero)

Quiero que, ante todo, sepáis que os odio de la forma más visceral que pueda existir, a vosotros y a vuestros flamantes parques cementados.

Pero tranquilos, esto no va con vosotros, podéis continuar leyendo; Esto no es una oda nostálgica a los 80. No voy a aburriros explicando como rebobinábamos como imbéciles, las cintas de casete «empaladas» en un boli bic. Ni voy a rememorar la horrible música que sonaba por aquel entonces.

(Jamás me acercaría a menos de 15 metros a ningún artilugio que emitiera a Alaska o Mecano si no es armado con una garrafa de gasolina y un mechero, mientras grito ¡Fuego purificador!)
No, lo que voy a exponer a continuación es un quiste mucho más profundo.

Cap.2 El concepto «Naranjito».

Corría el año 82,no hacía tanto que acabábamos de salir de la eterna dictadura y con la excusa de celebrar por primera vez un Mundial de fútbol, España se vestía con sus mejores galas, deseosa de abrir las puertas al mundo y alardear de nuestra recién estrenada democracia.

Construimos esa gran antena para RTVE conocida popularmente como «El pirulí» y les encomendamos a RTVE que diseñase una mascota para el mundial.

(No se si en aquel momento ya existían subvenciones por discapacidad intelectual, pero el que hizo el diseño, a día de hoy, las cobraría todas)

Una puta naranja futbolista… ¡Con dos cojones!

Parecía el descarte de alguna promoción de un refresco de naranja… Rechoncha, con coloretes y de estúpida expresión.

En un momento que España era conocida por exportar naranjas al extranjero; En RTVE, unos engominados «pollasviejas» con la corbata bien apretadita, decidieron, mientras dibujaban círculos con su copa de coñac y sacudían la ceniza al Cohiba, que una ridícula Naranja con la equipación de España, era una genial idea…

En su arcaica mente la lógica era aplastante:

  • -Si a esos pequeños imbéciles les gusta la puta rata parlanchina y el conejo ese que fuma zanahorias, se van a volver locos con la Naranja… Ja, Ja, Ja

¿Quién iba a osar contradecirles? Ya habían conseguido vender a nuestros padres que el Generalísimo era un abuelo entrañable y que su sucesor, nuestro recién estrenado jefe de Estado, «Campechano I» era el padre de la democracia.

¿Que les impedía vendernos una esperpéntica naranja futbolista?

Ellos tenían el monopolio de la televisión y si les salía de sus arrugadas pelotas que tuviéramos como símbolo nacional una estúpida naranja, pues no nos quedaba otra.

Ahora visto con perspectiva, con la que tenían liada; Golpes de Estado, terrorismo, el nuevo gobierno socialista… Demasiado que se pararon a hacer aquel monigote.

Todos sus esfuerzos estaban focalizados, intentando que esa «cosa» nueva, llamada democracia, no se les hundiera, y por desgracia, los únicos adultos con creatividad para diseñar algo decente estaban ocupados experimentando sensaciones nuevas, entre caballón y caballón de farlopa, junto a Almodóvar, en aquello que llamaban la movida.

Cap.3 Cada niño es especial.

Es por eso, que la figura de Naranjito define a la perfección la consideración que nos tenían los adultos en aquella época, en la cual, a los niños no se nos consideraba tan especiales como ahora.

Para los mayores, simplemente éramos algo inevitable con lo que debían convivir. Cuanto más nos mantuviéramos al margen mejor, y si les incordiabas más de la cuenta, pues te asestaban varias hostias… Siempre en concordancia con el grado de molestia que les causaras.

Hasta tenían una abreviatura cariñosa para suavizar el concepto de agresión infantil, el palo.

¿Que no te gustaba la comida? Bueno, ya comerás más tarde… Un par de palos.

¿Que volvías a casa llorando con un diente menos? Mmmm… Ir a urgencias y gastar dinero en la farmacia… Eso mínimo eran más de 10 palos, mientras te zarandeaban del brazo, en grupos de 3, repartidos en espacios de unos 4 minutos aproximadamente.

Era una forma de «educar» sin muchas florituras. Humillante para nosotros, pero sencilla y efectiva para ellos.

Como mucho, en un amago de progresismo, tu mama soltaba la típica frase de madre:

  • -A los niños no se les pega en la cabeza.

Mi padre, no concebía eso de doblar el lomo para pegarme en el culo, no iba con su filosofía. Entonces comenzaba a explorar conceptos nuevos, pellizcos, patadas, gritos… Por suerte el período de experimentación le duraba poco tiempo, ya que tenía una técnica muy depurada y mi cabeza le llegaba a la altura exacta. Yo en el fondo se lo agradecía… Ya se sabe… Más vale malo conocido…

Había padres que en un ejercicio de cinismo sin precedentes decían:

  • -Hijo, esto me duele más a mí que a ti…

Mi padre nunca dijo una gilipollez así… Es más, doy gracias a que no fuera conocedor de los electrodos, pues estoy seguro de que hubiera alcanzado su máximo potencial explorando un gran abanico de posibilidades con mis lampiñas «bolitas».

En su defensa, diré que el se crió cerca de un Barranco, donde su tiempo de recreo lo invertía en tirarse piedras con otros niños y estrangular gallinas con sus propias manos, tampoco podías esperar mucho más de él.

Pero también os diré que no me escandalizo, cuando veo en las noticias que abandonan a los abuelos en las gasolineras.

Cap.4 Supervivencia en el descampado.

Era un ambiente hostil en el cual criarse, los parques estaban recubiertos de una fina gravilla que se te clavaba en las rodillas, a la par que levantaba una leve atmósfera de polvo que se te adhería a la tez, secándote los mocos.

Allí estábamos nosotros, unos retacos cabezones, apenas visibles entre la polvareda. Mellados, llenos de cardenales, y costras con mercromina; Jugando a «luchar» en aquel lugar donde el tétanos pululaba a sus anchas entre el óxido de los toboganes.

Terminábamos exhaustos, excavando en la gravilla aún con las manos doloridas de pegarnos, para ver si con suerte aparecía algún inocente gusano al cual torturar.

Rara vez dábamos con uno, y alcanzábamos tal nivel de aburrimiento que terminábamos engullendo piedras pequeñas, con la ilusión de buscarlas después entre la «caca», pero después, a la hora de la defecación nunca nos acordábamos.

Lo mires por donde lo mires, aquello era todo un «sinsentido».

No conozco la tasa de mortalidad infantil que había por aquella época, pero todo a mí alrededor era desfavorable para la supervivencia. Tenías que ser muy fuerte, física y mentalmente para subsistir, ya que si caías enfermo, la situación empeoraba aún más…

La mayoría de nuestros progenitores habían vivido una guerra o una posguerra… Estaban todos profundamente trastornados y si se encontraban el la tesitura de elegir entre lo moralmente ético o «salvarte la vida» eran capaces de hacerte todo tipo de «perrerías».

Hasta meterte un geranio por el culo… Si, habéis leído bien, un puto geranio.

No sé que extraña obsesión tenían con introducirme cosas por el recto, pero a día de hoy no me termino de creer que toda la medicación que existía fuera en supositorios.

Excepto cuando tenías fiebre, ahí todo cambiaba. Tu abuela, que anteriormente había transmutado en Panoramix, apagaba el fuego de la marmita y desistía de obligarte a beber todo tipo de mejunjes extraños. Se aproximaba lentamente a el armario «misterioso» de la cocina, ese que tú no alcanzabas, y extraía de él una caja de Aspirina Infantil.

Aún puedo recordar el sabor de aquellas deliciosas pastillas rosas, aplastadas entre dos cucharillas de café. Por desgracia duraron poco tiempo en la farmacia. Supongo que decidieron retirarlas alarmados por la cantidad de niños que llegaban a urgencias esputando espumarajos rosas y con los ojos en blanco.

Insisto, todo era un despropósito, hasta el mercurio de los termómetros podía matarte…

En todas las casas había uno de estos frágiles artefactos, que cuando se rompía, hacía que los niños nos lanzábamos a recoger, con las manos desnudas, todas esas bolitas diseminadas por el suelo, ante el espanto de nuestros progenitores, que algo debían intuir sobre su toxicidad.

Pero lo más surrealista era cuando te daban vino «medicinal»…

“Es medicina y es golosina” rezaban los anuncios de Kina San Clemente por aquel entonces, hasta tenía su mascota Kinito, un divertido dibujo animado que te incitaba a meterte un buen lingotazo.

Decías:

  • -Mira abuela como papá…

Y le pegabas trago al vaso de vino ,haciendo el gesto de fumar, con un boli entre los dedos.
Tu abuela pensaría:

  • -Mientras no se pinte bigote y me meta dos hostias como el abuelo todo está correcto.

Y ahí te dejaba empinando el codo con Espinete.

Cap.5 La letra con sangre entra.

En el colegio la cosa no mejoraba, aún existía la máxima de «La letra con sangre entra». Si esto realmente hubiera sido verdad, yo ahora sería un erudito, ya que tenía un profesor con una gran vocación por hacerme aprender.

No sé que clase de extraña filia tenía aquel discípulo de Herodes con mis orejas, pero solo concebía levantar su huevada de la poltrona para ensañarse con ellas.
Aquel carcamal, me las dejaba como a Frodo.

Todavía lo recuerdo con el ceño fruncido y rechinando sus amarillentos dientes, mientras estiraba de mis frágiles orejas, que poco a poco me empezaban a dar un divertido aspecto de gnomo de jardín.

Aquellos funcionarios nunca se esforzaron mucho, sabían de sobra que éramos mano de obra barata para el sector primario… En el fondo nosotros también intuíamos que éramos carne de polígono.

A ellos les daba igual, solo tenían vocación de llevar una placentera vida. Entraban a las 9, nos leían las lecciones del libro de turno y aprovechaban el recreo para hablar de sus cosas y fumar.

El concepto «bullying» no existía por aquel entonces, lo más parecido era lo que nosotros llamábamos recreo.

Así que no había ningún problema, simplemente se limitaban a mirarnos de reojo mientras nos dábamos «hostia fina». A la par que controlaban de fondo, que los repetidores solo fumarán tabaco, a la otra punta del patio.

En cierta manera estoy orgulloso de haber sobrevivido a aquella época, sobretodo siendo un niño tan extremadamente «hostiable» como yo lo era.

Pero siempre se me quedará en lo más profundo de mi ser, la sensación de ser el último de mi generación, el corte de algo que no había funcionado. Como si ya nos hubieran dado por perdidos y se centraran en hacerlo bien con los nuevos que venían.

Por algo nos llaman, tan acertadamente, «La generación perdida». Y es que es indiscutible que tras nuestro paso todo desapareció.

Fuimos los últimos nativos analógicos, los últimos en cursar la EGB hasta los 14, los últimos en hacer el servicio militar obligatorio, los últimos en resistir a aquel inhóspito descampado que fue la década de los 80.

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