Hay palabras que, de tanto usarlas, pierden su sentido; y hay otras que adquieren connotaciones negativas y suelen utilizarse para descalificar sin que sean, per se, descalificantes. Es el caso de anarquista o antisistema, por ejemplo. La política es un terreno abonado para tergiversar, manipular y utilizar el lenguaje según el interés de cada uno y en los últimos años hemos venido viendo cómo los políticos han hecho realidad esa neolengua imaginada por George Orwell en la cada vez más imprescindible novela 1984 (y no se pierdan el artículo que nuestra compañera evasinmás escribió sobre esta obra y su uso del lenguaje). En el caso de las dos palabras que he citado se trata de una tergiversación interesada de significado e interpretación de dos conceptos que no tienen por qué ser negativos. En el caso del primero no debemos olvidar que, como dice Javier Paniagua en su libro Breve historia de la anarquía:
“La anarquía es, principalmente, liberación de cualquier jerarquía, de toda forma de imposición basada en la autoridad, pero que debe encauzar las relaciones humanas mediante la cooperación para que esa libertad sea efectiva”.No parece haber ninguna connotación negativa en esa descripción del término, aunque históricamente algunos movimientos anarquistas hayan ayudado a su denigración mediante la utilización de la llamada “propaganda por la acción”, que contemplaba la utilización del terrorismo y el uso de la violencia como métodos legítimos para la consecución de sus objetivos.
Con respecto al segundo término (antisistema), habría que entrar a valorar primero si el sistema contra el que se está y al que se aspira a derribar o cambiar es un sistema justo o no, lo cual dará al término la connotación que se merece. Por lo que a mí respecta, cada vez estoy más seguro de que mis ideales me acercan al anarquismo más que a ninguna otra forma de organización social (o política) y de que cada vez me molesta menos que me llamen antisistema. No vivimos en un sistema justo y, por tanto, debemos cambiar eso. Las personas que aún creen en el maltrecho mundo de la política piensan que esos cambios se pueden lograr utilizando las vías políticas de representación ciudadana y respetando la legalidad; yo -mucho más escéptico y desencantado- pienso que sólo rompiendo la baraja conseguiremos cambiar el juego y sus reglas. Pero para hacer eso debemos comenzar por nosotros mismos: revisando nuestro modo de vida, nuestra prioridades y necesidades y tomando conciencia de nuestras propias responsabilidades. En definitiva: debemos cambiar primero nuestra vida si queremos cambiar el mundo.