Los implantes dentales son un sustituto artificial de las raíces de los dientes naturales que se coloca en el hueso mandibular o maxilar a fin de crear una base sólida sobre la que se puedan realizar restauraciones de dientes individuales, prótesis parciales o totales. Los implantes dentarios son especialmente indicados para reemplazar dientes que no se renuevan, para establecer como apoyo a una dentadura completa más segura y confiable, para servir de sostén a un puente fijo eliminando el molesto uso de una dentadura removible y el desgaste de dientes vecinos, para el reemplazo de un solo diente, entre otros motivos. La finalidad de la prescripción de un implante dental es permitirle a la persona carente de uno o más dientes masticar, hablar y sonreír con normalidad.
Habitualmente tiene forma roscada y están fabricados con materiales biocompatibles que no producen reacción de rechazo y permiten su unión al hueso. La superficie del implante puede presentar diferentes texturas y recubrimientos, utilizadas habitualmente para aumentar su adhesión al hueso (osteointegración si es de Titanio y biointegración si se trata de un material cerámico).
No todos los casos permiten la implantación de piezas dentales artificiales. La experiencia clínica y las investigaciones demuestran que para recibir un implante dental es necesario que el hueso del maxilar esté sano y tenga el tamaño adecuado; que las encías no sufran ninguna inflamación o enfermedad periodontal; eliminar los factores irritantes (como el tabaco); no sufrir enfermedades debilitantes y no controladas (diabetes, leucemia, etc.); no estar embarazada; no padecer desórdenes psiquiátricos o emocionales (depresión crónica, etc.); no tomar medicamentos que alteren el metabolismo óseo (bifosfonatos, etc.); contar con la motivación necesaria para ajustarse al tratamiento y por ultimo contar con óptima coordinación muscular para poder realizar la higiene bucodental.