Revista Opinión
La imagen de Roy (el escritor encallado) mirando tras el cristal, al otro lado de la calle, cómo su ex mujer se desnuda, es aún más que la sentencia shakesperiana del comienzo una representación adecuada para definir el eje emocional de los personajes de la última película de Allen. Todos miran tras el cristal, ninguno parece apreciar su presente con ilusión. Más bien se muestran obsesionados con buscar quimeras que al tomar forma, acaban dibujándose como lo que eran, mero vacío emocional. Roy desea a la vecina; Alfie -un nombre cinéfilo no elegido al azar- teme envejecer; Sally quiere tener un hijo (al igual que su padre); Greg sólo ama un trabajo exitoso. La excepción la marca Helena (una Gemma Jones inconmensurable); perpleja tras la decisión de su marido de dejarla, deberá recoger las piezas de su vida y recomponerlas de nuevo. Poco importa que lo haga de la mano de Charmaine, una médium marrullera, que acabará resultando más barata y eficiente que cualquier psiquiatra.
El cine del neoyorquino siempre ha tenido como tono común la insatisfacción de sus personajes y una visión escéptica de la vida, aderezada -esta es su marca de fábrica- por un humor cínico que salva a sus guiones de convertirse en densos dramas negros sobre la existencia humana. Conocerás al hombre de tus sueños -coletilla recurrente en el oficio de toda pitonisa- posee mucho de ese escepticismo y esa negritud, creciente en los últimos títulos de la filmografía de Allen. Ya en Vicky Cristina Barcelona (2008) y en Si la cosa funciona (2009) pudimos comprobar cómo la lúcida e incisiva mirada de Allen atraviesa la vida de sus personajes sin piedad, demostrando a modo de tesis su convicción de que la vida no tiene sentido porque ésta se teje a través de deseos irracionales e imposibles, la mayoría de las veces obviando lo que nos conviene para ser realmente felices.
En Conocerás al hombre de tus sueños vemos desfilar ante nuestros ojos la insensatez emocional de una familia, presa de sus propios sueños, a los que pretenden dar sin éxito una justificación lógica. Sin embargo, Helena, aunque se entrega con coherencia a unas creencias parapsicológicas sin crédito alguno, parece ser la más sensata de todos, logrando el equilibrio emocional que ansía para sí el resto de personajes. Allen parece querernos decir que cuanto más racionalizamos nuestra existencia menos logramos hacer coincidir deseo y realidad. Sin embargo, al dejarnos llevar sin pudor por lo evidente, sin pedirle explicaciones a la vida, la felicidad brota sola, pueril pero cierta.
La filmografía de Woody Allen puede verse en este sentido como una eficaz representación de las miserias del ciudadano contemporáneo. La ciudad espera de nosotros cumplir religiosamente como piezas de su maquinaria: tener éxito laboral, ser cultivados y modernos, parecer guapos y musculados, relacionarnos con mucha gente,... En fin, los deseos prefabricados por la publicidad y alimentados por nuestra necesidad de reconocimiento social acaban nublando nuestra lucidez, impidiéndonos discernir entre lo real y lo inducido, lo que queremos y lo que deseamos. Todos, en cierto modo, vemos el futuro, al igual que Roy, a través de la velada ilusión de un cristal, sin prestar atención a lo más cercano. Por eso, pese a su credulidad, Helena es el único personaje sensato dentro de esta tragicomedia. Ella será quien recomiende a su hija y a su yerno reconducir sus vidas y quien ayude a Jonathan a superar la pérdida de su esposa. Incluso Cristal Delgiorno, la descerebrada aspirante a actriz y prostituta en sus ratos libres, deviene ante nuestros ojos como un ser sin dobleces, transparente. El resto de personajes deambulan por la trama como fantasmas de ellos mismos, a la espera, como el Godot de Beckett, de un no sé qué que nunca llega.
Quizá por esto Conocerás al hombre de tus sueños pueda decepcionar a más de uno, que verá en ella un esbozo hilado a trasmano, que no conduce a ninguna parte. Pero esa es precisamente la naturaleza de la propuesta que nos hace Allen: ser testigos y la vez parte de la confusión que provoca sobre nosotros y quienes nos rodean la estela turbia y sin sentido de nuestros deseos. La vida, a los ojos de ese narrador omnisciente y omnipresente durante toda la cinta, alter ego del propio director, es un texto sin traducción posible. Quienes se afanan en interpretarlo, pronto caen presa fácil de su indeterminación. Para Allen, el cielo es patrimonio de almas sencillas, que leen entre labios su futuro sin necesidad de otra ciencia que el sentido común. Lección aprendida.
Ramón Besonías Román