¿Eres de ciencias o de humanidades? ¿De números o de letras? ¿De esto o de aquello? Conocimiento disciplinado, es lo que hay. El conocimiento disciplinado es dócil, obediente, organizado, que hace de todo menos descarrilar. Una genealogía de la indocilidad habría que ensayar, y ver si sacamos algún grano de los que dan frutos, o árboles. No se trata de practicar algo así como una anarquía pedagógica, o propedéutica, como si respecto del conocimiento alguien tuviera la llave del gobierno. Pero, ¡por dios!, tampoco creamos que el conocimiento se deja encarrilar.
No, el conocimiento no va de eso. Conocer, me aventuro aquí y ahora, es una sola cosa, o un solo quehacer, como diría el joven Ortega, pero sin el qué. Como tal, ajeno a la disciplina. Los hay que lo quieren apresar, y hasta convertir con vistas a cierta religación. Y entonces topamos con los mesías de la verdad, que van pregonando su doctrina esperando hacer de su vida una escuela, y de su escuela una vida. Me decía un alumno enorgulleciéndose de ser popperiano (lo cual no está mal tratándose de 1º de Bachillerato) que ya en su corta existencia había tenido que combatir a idealistas y materialistas y sensualistas y espiritistas, dándose cuenta entonces que del combate también se hace bandera.
Tampoco el conocimiento admite partición o división, por muchos que sean los esquemas y organigramas que contengan nuestros libros de textos, o los vuestros, queridos alumnos. No, el conocimiento, de suyo, cabalga con libertad, y cuando se frena, o vuelve, o se estampa, también lo hace con libertad. Conocer no es propio de nadie, pero tampoco propiedad de nadie. El conocimiento es ajeno a cualquier forma de apropiación, como diría Heisenberg, deja de ser en cuanto lo quieres apresar. Conocer, quizá, sea aventurarse, sacudirse, olvidarse de sí, y con ello hacer más grande al otro.