Pocos se aventuran a describir lo dura que fue la filmación de una de las superproducciones más importantes del siglo XX. Era todo un reto para los presentes, especialmente para la estrella del proyecto, la entonces poco conocida actriz británica, Vivien Leigh
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Dan alta médica a Joel Souza, el cineasta baleado accidentalmente por Alec BaldwinPoeta venezolana Yolanda Pantín recibe el XVII Premio LorcaCuando se habla de Lo que el viento se llevó se hace alusión a una de las superproducciones más importantes del siglo XX, a una de las novelas de amor más grandes de todos los tiempos y, por supuesto, a la consentida, irreverente y rezongona Scarlett O’Hara.
Una belleza sureña clásica, con la piel de porcelana, los ojos enormes y el cabello encrespado, que logró ganarse el corazón de los críticos y del público por igual… incluso de Winston Churchill.
Pero pocos se aventuran a describir la pesadilla que se vivió durante las grabaciones de la famosa película: pasó por tres directores diferentes, hubo múltiples despidos, las jornadas de trabajo eran agotadoras, cansadas y filmar bajo el entonces innovador proceso de Technicolor era todo un reto para los presentes. Especialmente para la estrella del proyecto, la entonces poco conocida actriz británica, Vivien Leigh.
Rondaba por el set durante horas enfundada en vestidos pomposos y pesados, fumaba cerca de cuatro cajetillas de cigarros al día para supuestamente calmar su ansiedad y alcanzó a cumplir 16 horas trabajando sin descansos. Así era la vida de Leigh mientras actuó en la famosa película que escribió su nombre con letras doradas en la historia del cine: un papel, que a todas luces, nació para interpretar. Costara lo que costara.