Revista Religión
Leer | Colosenses 4.2-4 | Nuestro Salvador, Jesucristo, estuvo consagrado a la oración. Se reunía con Dios temprano, le buscaba en medio de sus ocupados días, y se escabullía por las noches para tener comunión con Él. Sus acciones son ejemplo del lugar que debe ocupar la oración en la vida del creyente.
La oración parecía ser algo natural para el Señor, mientras que para la mayoría de nosotros representa un gran esfuerzo. El camino a una vida de oración comienza con el firme compromiso de desarrollar el hábito de hablar con Dios, y de hacerlo nuestra prioridad. Podemos lograrlo apartando tiempo cada día para el Señor, y encontrando un lugar donde las interrupciones sean mínimas.
Para que esto suceda tenemos que hacer sacrificios —como dormir menos, renunciar a pasatiempos o utilizar la hora del almuerzo para orar. Inclusive, puede ser que algunos padres tengan que recurrir a la ayuda de amigos para que cuiden de sus hijos, y así puedan pasar tiempos a solas con Dios.
Además, nuestra vida de oración debe estar reforzada por las Sagradas Escrituras que nos enseñan acerca del carácter, las promesas y las prioridades de Dios. La Biblia desvía nuestros pensamientos de las preocupaciones mundanas para enfocarlos en el Señor.
Leer la Palabra de Dios cada día nos recordará que el Señor es supremamente importante para nuestra vida, y que nuestro deseo debe ser agradarle. Así estaremos preparados para orar de acuerdo con su voluntad, y escuchar lo que Él quiera decirnos. Evalúe el estado actual de su vida de oración, y comprométase a mejorar al menos en uno de los aspectos antes mencionados.
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