Era la tarde de un verano caluroso, de esas que uno prefiere pasar bajo techo pero no necesariamente en casa, por tanto acudí a la invitación de unos amigos a comprar no sé qué a un supermercado de esos que yo jamás visito porque no me alcanza el sueldo. Como ven, fui solo a pasar la tarde, deambulé sin esperanzas hasta que pasé por un pasillo de cachivaches que nadie compra pero están ahí por si acaso. Por supuesto me acerqué a ese pasillo y muy pronto vi la imagen, casi flotando entre tantos otros libros que rara vez salen de ese supermercado, de un peluche tristón. Ese peluche yacía boca abajo con un aire de la pena más absoluta que haya visto en la vida, por tanto de inmediato lo tomé entre mis brazos y quise acunarlo.
El problema es que, como mencioné anteriormente, mi presupuesto no es muy abultado y en Chile los libros suelen ser carísimos, por tanto no quería encariñarme demasiado con el libro porque no sabía si podría llevármelo a casa. Sufrí cuando lo giré para ver su precio y comprobé que no tenía ninguna etiqueta que lo indicara. Pero sí tenía una descripción que no pude evitar leer aún a riesgo de empezar con él una relación a la que no sabría poner fin. Todavía no había leído siquiera el título, es como comenzar una conversación con alguien sin preguntarle el nombre, pero no sentirlo como un impedimento para generar una buena relación que te interesaría profundizar. Entonces, supe que era la historia verídica contada en primera persona de una mujer que nunca pudo cumplir su sueño de ser madre.
Al narrar su desventura, la autora, Marta Aguilar, cuenta una serie de momentos claroscuros que marcan su vida desde su niñez hasta la actualidad, ya asumida que su sueño de tener hijos jamás se concretará en esta vida. Lo más maravilloso se erigió cuando, habiendo ya cogido una idea de la trama del libro, lo giré hacía la carita donde yacía el peluche triste y miré el título, le pregunté el nombre a mi interlocutor de supermercado, ese que estaba salvando mi tarde veraniega, y una verdad mayor me fue revelada: el libro se llamaba Sin nietos. Claro, yo pensaba que se llamaría Sin hijos, o Infertilidad, pero no, iba más allá, hasta los nietos. El dolor no tiene límites y la autora, ahora en la tercera edad, lo sabe: no solo se quedó sin la posibilidad de ser madre, sino también de ser abuela, de trascender.
Este libro fue escrito por Marta Aguilar con una voz femenina de poder increíble, que pone en papel temas que son importantes para la femineidad, pero que casi siempre (en un mundo logo-falo-céntrico) son tratados por voces masculinas. Es bellísimo leer un libro escrito por una mujer con respeto hacia otra mujer, aun cuando el anhelo personal no sea el mismo y no todas persigamos esa maternidad de la que habla Marta Aguilar con tanta sinceridad. Vale la pena darle una ojeada a este libro que lleva un mensaje claro y oportuno para la mujer de hoy, de ayer y de siempre. Además, vale la pena pasearse por otros títulos de la editorial Plataforma que es la encargada de publicar este libro, y otros tantos de autores con mensajes frescos.
Por cierto, compré el libro. No lo robé, tampoco lo leí en ese ratito en el supermercado. Lo compré porque, pese a mi escuálido presupuesto, andaba de suerte: estaba increíblemente barato lo que es paradójico, pues ha significado un valor inconmensurable a mi vida.