Impeachment de Bill Clinton
Cuentan las buenas lenguas que existen países donde el ciudadano sabe donde vive su representante. También afirman esas mismas lenguas, aunque sea difícil de creer, que la gente de un lugar conoce a sus diputados y legisladores; y que éstos tienen un lugar donde se se les puede visitar. Y resulta turbador saber que en esas oficinas existe una actividad frenética de teléfonos atendiendo a tal o cual petición para solucionar los problemas que los mismos ciudadanos exponen. Y resulta ya increíble saber que si una petición empieza a tener muchos novios ese representante se apresurará a transformarla en ley, incluso en contra de la opinión de su jefe de partido; porque sabe que en caso contrario no será reelegido o incluso esos mismo ciudadanos pueden exigir su dimisión del distrito electoral al que represente. Esa cosas ocurren cuando hay democracia. Lógico, en una democracia de verdad el presidente y los congresistas están en lados opuestos. Son la oposición el uno del otro. Un consenso entre las oposiciones sería un delito de traición; pero eso en una democracia.
Es entonces cuando el presidente de una gran nación tiene también poder suficiente porque ha sido elegido no por miembros de un congreso de diputados sino directamente por los mismos ciudadanos.
Solo por ese motivo ese presidente goza de un inmenso poder, pero el pueblo también lo puede echar en caso de deslealtad. A esos juicios a un presidente o un senador, o un congresista se les llama impeachment.
Al ser el equilibrio de poderes total, el presidente de esa nación, y por ese motivo, goza de un enorme poder; y con su inmenso poder que emana de la democracia verdadera, jamás necesita de consensos con otras fuerzas política. La democracia, cuando es real, permite a los presidentes de las naciones tomar decisiones para salvar al pueblo en caso de extrema gravedad. Cuando no hay democracia los presidentes de las naciones no tienen poder a menos que sean dictadores. Es entonces, al carecer de poder cuando han de pedir permiso a los demás, es decir, necesitan del consenso. Ninguna oligarquía puede mandar sobre otra porque las oligarquías no son democráticas y necesitan ir a mear todas juntas.
En caso de que un estado de una gran nación democrática declarase la secesión, ese presidente sin dudarlo cursaría la orden a la Guardia Nacional para patrullar las calles, podría imponer un toque de queda y nadie podría rasgarse las vestiduras de forma victimista. Los sediciosos serían juzgados por tribunales federales por el delito de alta traición. En una democracia de verdad hay leyes y éstas se cumplen. Pero semejante dislate secesionista o de otro tipo no hubiese ocurrido porque ese inmenso poder que emana del pueblo en la persona del presidente y de los miembros del gobierno tiene un efecto disuasorio contra la deslealtad y la traición de los gobernantes. Ese mismo poder que emana del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que enfrenta la figura del presidente y de los representantes es contrario a todo tipo de consensos, porque consenso equivale a traición a la democracia de verdad y al pueblo.
Esa gran nación, guste o no guste, es Estados Unidos; y la democracia no es lo que os han contado, pero existir, existe. Y nos guste o no, estamos a años luz de la democracia de verdad. Que a quienes sabemos qué es la democracia no venga ningún político trilero afirmando que actúa en nombre de la democracia porque es un insulto a nuestra inteligencia. Que digan lo que verdaderamente son.
Vicente Jiménez