Me llama la atención aquellas personas que mientras les hablas mantienen sumirada fija en la pantalla del ordenador.
Aplaudo (ironía) a los integrantes de un departamento que utilizan el correo electrónico antes que la comunicación oral para conversar entre ellos.
Me entristece esa pareja de novios compartiendo cena en un buen restaurante. Cada uno, pendiente de su móvil, de sus mensajes.
Admiro (más ironía) al que me da los buenos días por las redes sociales y agacha la cabeza cuando compartimos ascensor a primera hora de la mañana, evitando de esta manera cualquier tipo dediálogo.
Hace tiempo que las familias clausuraron su momento de compartir la jornada, por seguir con atención la doctrina hipnótica que la caja tonta emite.
Siento, cierto temor, cuando veo a un grupo de niños ensimismados con sus videoconsolas portátiles y rechazan las carreras, los goles, el partido de chapas, las canicas o el escondite como medios de diversión.
¿Qué está pasando?
¿Es mucho pedir que la próxima vez que te hable, levantes la mirada del ordenador y me hables?
¿Es tan complicado conversar con las personas que compartes más de 8 horas diarias?
¿Tan pocas cosas tienes que decirle a tu pareja? ¿Has probado por empezar con un “Te quiero”?
¿¡Buenos días vecino!? Y si le pones una sonrisa, lo bordas.
¿Qué te parece cenar hoy escuchando lo que tus hijos han hecho en el colegio? Eso sí que son noticias. Te lo garantizo.
No pretendo volver a la artesanía juguetera de antaño. Sin embargo, te invito a que enseñes a tus hijos las horas de diversión que pueden tener con unas chapas, un garbanzo y un par de cajitas de cartón.
Hemos pasado de automatizar parte de nuestra vida a convertirnos en autómatas de las máquinas. Estamos sacrificando la comunicación que nos diferencia de otras especies, para sentirnos parte del sistema ¿merece la pena? Estamos matando, poco a poco, nuestro “lenguaje”, motor de acción, de interacción humana. Mientras los síntomas leves de depresión, de la tristeza, de la ansiedad cabalgan victoriosos ganando terreno día a día. Nosotros mantenemos escondida nuestra mejor arma, no vaya a ser que funcione y arruinemos el negocio de algunos.
La próxima vez, antes de darle al botón de “Enviar”, piensa si ese mensaje puedes decirlo de viva voz. La próxima vez, apaga tu espectacular “smartphone” y mantén una agradable conversación con esa persona que comparte mesa contigo.
Necesitamos “conversar”. Recuperemos la conversación agradable. Aquella que comparte emocionalidad, que construye, que se interesa por el otro. Aquella en la que la queja tiene poco protagonismo. Compañía. Escucha. Momento para compartir nuestros sueños.
La conversación apacigua miedos, calma los nervios, nos hace sentirnos solidarios, tiene también efecto viral (no tan rápido como en internet) pero es de mayor calidad.
Lo sé. No existen “Apps” que actualicen periódicamente la “Conversación” pero te aseguro que no tendrás una conversación igual a la otra.