En condiciones normales, nuestra empatía se activa, comprendemos las emociones de los demás y ello nos lleva a tratar de consolar a quien esté sufriendo.
De este modo, cuando una persona consuela a otra, entran en juego habilidades emocionales importantísimas tales como la sintonización afectiva y la empatía.
La sintonización afectiva es el mecanismo a través del cual la persona conecta emocionalmente con su entorno y con las personas que le rodean para, así, captar la alegría o la tristeza que hay en él.
La empatía es la habilidad de reconocer, comprender y sentir la emoción que otra persona está experimentando.
Para desarrollar estas habilidades fundamentales, los bebés y los niños pequeños necesitan experimentarlas para sí. Es decir, para desarrollar la capacidad de sintonización afectiva y la empatía, los niños necesitan que otras personas sintonicen y empaticen con ellos.
De este modo, cuando un niño llora, está expresando el malestar que está sintiendo (independientemente de la causa que lo provoque).
Cuando ignoramos el llanto de un bebé o un niño, estamos negándole el consuelo y, a su vez, estamos demostrando una ausencia total de empatía y de sintonización afectiva con él.
Así, cuando no consolamos al niño que llora, además de estar dejando indefenso al niño que llora, transmitirle sensación de abandono y optar por una actitud cruel, estamos obstaculizando el adecuado desarrollo emocional de esa persona.
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Cuando no consolamos a un niño que está expresando malestar, estamos transmitiéndole una perspectiva poco empática de las relaciones humanas, estamos fomentando la ausencia de sintonización afectiva, estamos permitiendo que se perpetúe el malestar y estamos generando sensación de indefensión.
Por ello, considero que la persona (de la edad que sea, pero más aún un niño) que expresa malestar, debe ser siempre consolada. Es esencial no juzgar en ningún caso los motivos de su malestar, debemos consolar sin juzgar.
Los motivos que generan malestar a cada persona son subjetivos y, en todo caso, respetables. Es esencial que consolemos a quien lo necesita sin entrar a valorar si la fuente de ese malestar es importante o realista para nosotros. El motivo del malestar no es importante, lo importante es el malestar en sí mismo y la necesidad de alivio de la pena de la persona.
Cuando consolamos a los niños sin juzgar los motivos de su dolor, estamos mostrando una actitud empática incondicional que favorece el desarrollo emocional positivo del niño. Al mismo tiempo, estamos fomentando el desarrollo de una buena autoestima, pues las emociones del niño no se infravaloran a través de juicios minimizantes.
En conclusión, consolemos y reconfortemos sin juzgar a cualquier persona que nos demuestre su sufrimiento. El hecho de no juzgar aportará calidad y bienestar a todas nuestras relaciones humanas.
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Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa
Col. Núm. M26931
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