Revista Libros
Vincenzo Consolo.La herida de abril.Introducción, traducción y notas de Miguel Ángel Cuevas.Ediciones Traspiés. Granada, 2013.
De los primeros dos años que pasé viajando me queda la carretera enroscada como una cinta, que puedo desenrollar: ver otra vez las revueltas, las zanjas, los montones de grava alquitranada, la cruz de hierro pasionista; notar de nuevo el sol en el muslo, el olor a chotuno, la rueda que se desinfla, la naftalina que emana de las ropas. La escuela apenas la recuerdo. Pero sí la camioneta, la preñavieja, como decía Bitto, ya que, tan machacada, era un milagro que llevara gente. Además que los mejores ratos los pasé con ella: al amanecer, en la plaza del pueblo, esperando a los pasajeros —enfermos con la almohada y la manta de la cama, diligencieros, propietarios que tenían asuntos en el Registro o en el Catastro, gente que se quedaba en la marina o que tomaba el directo para Messina-, y luego, en la estación, donde enlazaba con el rápido de las dos y media.
Así comienza La herida de abril de Vincenzo Consolo, en la traducción de Miguel Ángel Cuevas que publican las granadinas Ediciones Traspiés.
Fue la primera novela de un autor fundamental en la narrativa italiana de la segunda mitad del XX y desde su aparición en 1963 no se había traducido al español hasta ahora.
Significativamente, su título está emparentado con un conocido verso de Eliot –abril es el mes más cruel- recreado por el poeta Basilio Reale, amigo de Consolo –tras el alto muro del patio / siento la herida de abril.
Y es que, como en otros relatos de Consolo, en muchos momentos de esta espléndida novela el tono poético convive con una narratividad intensa y con el registro dialectal de la Sicilia que constituye el paisaje vital y literario del autor.
Esa cadencia poética se suma en La herida de abril a un atento oído neorrealista que le sirve a Consolo para reconstruir los diálogos con verosimilitud creíble, de manera que en la novela coexisten con naturalidad la altura literaria de las descripciones y el registro conversacional de los coloquios vivísimos que articulan el esqueleto narrativo del texto.
Entre la crónica sentimental y el poema en prosa, entre una ironía sentimental que recuerda al mejor Fellini y una mirada crítica que evoca al Pasolini más descarnado, La herida de abril -ambientada en 1948 en la Sicilia de la inmediata posguerra- ordena con la lógica fragmentaria de los recuerdos adolescentes y autobiográficos una secuencia torrencial en la que el campo, las clases del Instituto, el despertar de la sexualidad, el recuerdo de un tornado, la masacre de Portella en una manifestación obrera el uno de mayo, la playa, las veredas solitarias o un río desbocado construyen un relato de formación, de descubrimiento del mundo, de aprendizaje de sus reglas y de experiencia de sus heridas emocionales.
Con esta edición se repara la lamentable carencia de que no se hubiera editado hasta ahora en castellano. Nada raro, por otro lado, porque traducir a Consolo es una tarea exigente, aunque gratificante, porque La herida de abril es una de esas novelas que se leen dos veces seguidas, porque el lector sabe casi desde el principio que la segunda lectura va a ser aún más placentera.
Santos Domínguez