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Hoy se cumplen 35 años desde que fue aprobada por el voto popular en un día que fue importante para todos. Nacía la democracia, un concepto cuyo alcance y significado parece que solo entendían los más iniciados. El pueblo habló, depositó su papeleta en la urna con renovada ilusión. Aquel texto salido de los padres constituyentes decían que fue fruto del consenso, palabra extraña que tuvimos que aprender. Mucho tuvimos que ceder por el interés común. Han sido años difíciles en los que hemos cambiado de manera muy profunda. Desde entonces, han pasado muchos políticos y sindicalistas, con distintas encomiendas. No se borrarán de nuestra memoria nombres como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y algunos más. En definitiva, tenemos que reconocer que estos años han pasado por delante de nuestros ojos un conjunto de personajes mediocres que apartaron a los mejores. Es una sensación agridulce que queda al ver que acuerdos y consensos de antaño se han transmutado en duros enfrentamientos donde las navajas han salido demasiadas veces a pasear. Nada queda de las ilusiones y esperanzas de aquellos días. Las ambiciones de algunos nacionalistas necesitados de cubrir sus vergüenzas nos ha hecho retroceder a tiempos que creíamos haber dejado en el pasado más remoto. El terrorismo de ETA ha sido dura compañía durante demasiados años. La mala imagen de nuestros políticos, bien ganada por cierto, ha hecho retroceder nuestra confianza en las instituciones donde se han producido hechos cuestionables. La Constitución, ley de leyes, marco para garantizar una convivencia en paz y armonía, ha sido violada en demasiadas ocasiones incluso por quienes estaban llamados a garantizar su cumplimiento. La amenaza de un golpe de estado institucional surge con fuerza en medio en una dura crisis política y económica. La reforma del texto constitucional, cuando se produzca, no debe ser para atender demandas irresponsables sino para adaptarla a una nueva sociedad que ha tenido grandes transformaciones en estas últimas décadas. Siempre respetando los principios de aquellos constituyentes que lo elaboraron en 1978. Larga vida a la Constitución.