Da asco. Da pena. Da que pensar.
La sociedad de este mundo al que nos han adscrito, presuntamente civilizado y evolucionado, sigue cayendo en una pendiente de consumismo denigrante y enloquecido. Cuando uno cree, ingenuamente, que ya lo ha visto todo… que la presión hacia el consumo, crisis incluida o no, ya ha superado todos los límites; pues no, cada temporada se sube un peldaño más.
Este comentario nace de una experiencia personal acaecida mientras era transportado por una escalera mecánica en uno de esos centros comerciales que hace años que intento no pisar. En concreto transitaba, sin ganas, por El Corte Inglés, un monumento al consumismo del que disfrutamos en casi todas las ciudades españolas. Como decía, iba yo pensando en mis cosas pendiente de llegar a la planta denominada eufemísticamente “Menaje del hogar” y por aquello del control del itinerario al que nos someten esas escaleras pasando, por todas y cada una de las plantas, (aunque sin llegar al laberinto de los Ikeas) vi de refilón, el área de niños y juguetes plagada de calabazas, calaveras, trajes de brujas y todo lo que ustedes se puedan imaginar bajo esa nueva moda, enraizada en nuestras entrañas “Halloween”. Aún no recuperado del impacto, y al pausado ritmo de la escalera, me pareció llegar a mi destino, levanté la vista y qué veo: árboles de Navidad, guirnaldas, papanoeles, velas rojas… paquetes de regalo de pega…
Si no me falla la memoria era un 20 de octubre y con esta anécdota me planteo varias preguntas:
¿Dónde iremos a parar nosotros, o peor, los que hoy en día se crían y crecen ante esta agresividad del marketing, la publicidad y la obligatoriedad de ser animales de consumo en todo momento?
¿Halloween? ¿desde cuándo?
¿La Navidad anunciada dos meses antes a todo trapo? ¿cuando aún estamos en los inicios de sentir el otoño meteorológico?
¿Soy el único que se escandaliza al observar esta locura, esta dictadura del consumo?
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