Una consigna de la política de civilización es: menos, pero mejor. Esta consigna va a contracorriente de la formidable máquina de consumir, producida y animada por el afán de lucro. Pero los consumidores están abocados a autoeducarse, autorregularse y autoorganizarse, y la política de civilización proponer ir en este sentido.
El desarrollo ininterrumpido del complejo técnico-económico-industrial-capitalista de nuestra civilización implica un crecimiento continuo de las necesidades y los deseos suscitados por el binomio producción/consumo.
El absurdo y la irracionalidad del crecimiento por el crecimiento o crecimiento continuo
A pesar de comportar zonas de pobreza y subconsumo, nuestra civilización, con el apoyo de las tentaciones publicitarias y de otro tipo, fomenta el consumismo. Como dijo Marx, el capitalismo no sólo crea un productor para el consumidor, sino que también crea un consumidor para el productor.
La multiplicación de los productos ofrecidos al consumo propone nuevos placeres, nuevas satisfacciones, permite nuevas autonomías (que, como todas las autonomías, son dependientes de quien las mantiene).
La publicidad ha creado un mundo virtual en el que todo está en venta
Más allá de estos aspectos positivos que abren al consumidor nuevos universos materiales, sensuales y espirituales, el consumo se transforma en consumismo donde lo que era superfluo se vuelve indispensable, los antiguos lujos se vuelven necesidades, las nuevas utilidades se vuelven imprescindibles, y donde la seducción publicitaria conduce a la compra de productos cargados de virtudes ilusorias (para la salud, la higiene, la belleza, la seducción y el prestigio).
Aunque contiene zonas de pobreza y subconsumo, nuestra civilización estimula el consumismo, espoleado por la obsolescencia rápida de los productos, el fomento de usar y tirar en detrimento de lo duradero, la sucesión acelerada de las modas, la incitación permanente a lo nuevo, la preocupación individualista por el estatus o standing, así como las frustraciones psicológicas y morales que hallan un consuelo pasajero en la compra y el abuso de bebidas, alimentos, objetos y gadgets.
Es indudable que la competencia comercial juega a favor de la variedad de los productos y la regulación de los precios, pero la industrialización tiende a destruir las cualidades artesanas.
En el campo de la alimentación, la agricultura y la ganadería industrializadas, la industria conservera y el imperativo de una larga conservación han eliminado variedades vegetales y animales de calidad, han degradado el gusto de los productos y atrofiado las capacidades gustativas de los consumidores.
La utilización creciente del crédito para conservar el nivel de vida adquirido por las clases populares y medias americanas, empobrecidas por el neoliberalismo y por el alza de los precios, ha engendrado una nueva burbuja financiera que ha desencadenado la crisis económica vigente desde el año 2008.
Por su parte, el hiperconsumo ha agravado las crisis económica y ecológica. Producto y productor de la civilización occidental, el consumismo se universaliza con el desarrollo de nuevas clases medias en Asia, Indonesia, América del Sur y África.
Las necesidades de confort, calefacción, viajes y refrigeración de los coches aumentan el consumo, en particular, el consumo de energía. Estamos empezando a tomar conciencia de que el consumismo comporta despilfarros y dilapidaciones, y causa degradación, contaminación y escasez (en los yacimientos de energía fósil); aunque también debemos comprender que el problema no afecta únicamente a la energía, sino a nuestro modo de vida.
El consumismo presenta dos aspectos ligados y antagónicos. Por una parte, se ofrece a satisfacer las necesidades subjetivas y personales y, con ello, fomenta el individualismo. Pero sus productos estandarizados contribuyen, de hecho, al desarrollo de un individualismo estandarizado.
El individuo queda subyugado por el consumismo, que lo pone bajo su dependencia porque, en realidad, lo coloca a su servicio.
Por último, el malestar, la angustia y las frustraciones propias de nuestra civilización y nuestro tiempo determinan, por una parte, un consumo compulsivo, y, por otra, adiciones e intoxicaciones.
Fuente: LA VÍA para el futuro de la humanidad (Edgar Morin)
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