Tan fácil que resulta despertar cada mañana escuchando sus risas, ser testigo del caos que provoca la cotidianidad en sus vidas. Suben, bajan, entran y salen en una carrera contra el tiempo. Así es todo el día, todos los días. Tan fácil que es permanecer, observar sus muecas, consolar sus lagrimas. Tan lindo que es escuchar su voz, su canto, ver su baile y caminar; siempre con la sonrisa puesta a pesar de todo, del sueño o el cansancio.
Tres, ellas son un trío de emociones que abrazan y llenan de calidez, son ese diario contagio al que estoy expuesta sin protección alguna, sin necesidad de antídoto. Son ese contagio de felicidad que viste y adorna cualquier momento. Un ramillete de flores, una constelación de estrellas que alarga las horas, que desnuda el alma y toca mis fibras más sensibles. Son esas pequeñas grandes cosas que llenan cada rincón de lo que las cuatro llamamos hogar.
Más diferentes una de la otra no podrían ser, cada una de una esencia única, especial, irremplazable. Qué más podría decir yo si respondo al nombre de “mamá” en cada una de sus bocas. Perfectas de punta a punta, de ojos despiertos y carcajada plena. De llanto intenso y desmedido cuando la vida decide nublar sus almas.
Qué maravilla saberme el hombro, el brazo y la mano dispuesta a sujetar todos sus miedos, el consuelo de todos sus pesares y angustias. El oído de todas sus experiencias y tropiezos.
Sufro del diario, e inevitable contagio de sus ocurrencias, del pronunciar de sus palabras, de su amor desmedido por la vida. Ese contagio de energía que alimenta y nutre, que se convierte en sorpresa y aprendizaje. Un surtido de caramelos envueltos en un abanico de color. Así son, unas guerreras disfrazadas de princesas, con destellantes atuendos y música por doquier. De largas y cortas cabelleras, de brillo intensificado por el sol, de ondeante movimiento a pesar de la falta de viento.
Actúo por complicidad y convicción, por amor disfruto y presumo de su existencia. Agradezco su cariño, su paso, paseo y paisaje en mis ojos. Me aferro a la diaria promesa de cuidar sus huellas, no permitiré que se borren, que se pierdan. Seré su guardián, vigilaré que se queden en donde nacieron, donde se imprimieron para seguir marcando no solamente mi camino, sino el de todo aquel que de su mano se sostenga para siempre.
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