Contar hasta el infinito

Contar hasta mil, hasta diez mil o hasta el infinito qué más da. Lo importante es no dar el paso, si no se tiene la certeza absoluta.
LLega el verano y con él, el masivo abandono de animales domésticos, generalmente perros y gatos que unos meses atrás, como vulgares objetos, fueron ofrecidos como regalos a los niños de la casa y una vez pasada la novedad, se convierten en una molestia de la que hay que deshacerse. Pues bien, no voy a pedirles que cuenten hasta mil o hasta el infinito, no, por ahora. Solo les pido que hagan un pequeño ejercicio de imaginación y que visualicen a su propio hijo, o a ustedes mismos cuando eran pequeños, libres de prejuicios, de memoria y con una percepción de pura inocencia, tras haber vivido durante un tiempo rodeados de tranquilidad y bienestar, siendo abandonados a su suerte, en un lugar desconocido, intentando correr desesperados tras aquél que un día fue tu mejor amigo, tu protector, tu seguridad y tu razón de ser. Imaginen sólo por un minuto, cómo se sentirían; cómo el terror más letal y absoluto les atenazaría por dentro, sin saber que hacer, a donde acudir, con la eterna pregunta del porqué sacudiendo el corazón por dentro, mientras sostienen la espera y el amor hacia ese ser al que consideraban Dios. Traten de imaginarlo por favor y pregunten a cualquier persona que sí han compartido los escasos diez, doce o catorce años que suelen vivir estas maravillosas criaturas, porqué han sido tan felices a su lado y porqué los han llorado con tanta amargura, tras la forzada marcha. Les responderán que sólo en la convivencia se puede entender un cariño tan puro, aquél que se recibe de quien ofrece todo su amor, a cambio de un poco de protección y afecto. Pero por favor, antes de abandonarlos
cuenten hasta el infinito, o hagan éste o cualquier otro ejercicio de imaginación que les haga percibir esa mirada de pura inocencia, de puro amor.