Les voy a contar algo que me sucedió hace poco más de un año; algo que da cuenta de las experiencias que nos alcanzan cuando confiamos que una historia nos puede salvar.
Yo era maestro de segundo grado de escuela primaria y tenía a cargo un grupo maravilloso que, desde sus 7 y 8 años no paraban de sorprenderme, enseñarme y divertirme. Obviamente, les contaba muchos cuentos y ellos me contaban también a mí, sobretodo los viernes en la última hora, cuando llegaba la ronda de coplas, donde se decían coplas, poemas, cuentos cortitos, leídos o memorizados.
Una tarde durante el recreo, mi alumna "M" (por ser menor no voy a revelar su identidad) atravesó corriendo el patio de cemento, tropezó y su rodilla fue un solo y tremendo raspón. Llorando entró al aula, me cuentó, me muestró y se sentó. Le dije que tendría que limpiar la rodilla con agua oxigenada y sus ojos se llenan de terror. "¡No quiero! ¡me va a arder mucho!" suplicó. Le pedí que apoyara su pierna en otra silla y, como si algo en mi interior supiera antes que mi conciencia lo que tenía que hacer, le dije: "Tranquila... ¿querés que te cuente un cuento?".
Y como a "M" le fascinan las historias, entre lágrimas de raspón y miedo, me dio el sí.
Entonces, sin dejar de mirarla a los ojos, comencé a contar la historia de cuatro hermanos que un día partían de la casa natal buscando su propio rumbo. Y mientras contaba, empapé un algodón con agua oxigenada lo tuve listo. Cuando algo en el cuento la hizo reír apoyé el algodón sobre la rodilla lastimada: la risa se mezcló con la sorpresa y el llanto inminente, pero la historia siguió haciendo reír. Así fue como entre la rodilla y la media (el calcetín) el algodón sanador fue trazando los caminos que los hermanos iban transitando. Y el raspón en la rodilla fue la geografía donde ocurrieron las locuras más increíbles del cuento. Al final, cada hermano encontró un camino y una profesión, el raspón quedó limpio y ya se podía vendar, y el miedo al ardor había desaparecido.
Para mí quedó como una situación sin mayor importancia. Sin embargo, cuando llegó el viernes entendí que lo que había pasado tenía una relevancia y una profundidad enormes. En la última hora comenzó la ronda de coplas y cuando le tocó el turno a "M" quedé pasmado de la sorpresa y la emoción.
Ella pidió contar un cuento. Era la historia de una niña lastimada que era curada por un mago, un mago que contaba la historia de cuatro hermanos que buscaban su camino. Contó dos historias en una, pero no se contentó sólo con eso: terminó su relato con el deseo de convertirse también ella en una maga... que cura con cuentos.
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