Bien pareciera que el título es una obvia provocación para todo aquel que ha leído la obra del escritor argentino. Se citarían a todos los grandes autores que dieron unas palabras de admiración por la obra de Borges; saldrían las frases, tanto las verdaderas como las inventadas, con las que se demostraría su capacidad y su genio. Incluso habría quien desacreditaría cualquier cosa que se escriba ahora con tal afirmación.
Pero esta idea no es la que esta presente en este texto. La obra de Jorge Luis Borges es una de las más relevantes en mi gusto literario, y siempre su relectura la hago con gusto. Cuentos clásicos como El Aleph, El libro de Arena o uno de mis favoritos, La casa de Asterión, son lecturas que casi se vuelven obligadas para aquel que guste de la literatura en lengua hispana.
Aún así, siempre existirá algo que, en lo personal, me resulta bastante molesto. Y no tiene nada que ver con la obra de Borges, sino de la utilización de su figura para hablar de otros autores, de sus gustos y de la validación de autores de lengua hispana, en especial de Latinoamérica.
Uno de los términos que parece tener la necesidad de aparecer en cuanto algún autor en lengua castellana va mostrando talento, es el de borgiano. No es que no me parezca que esta no tenga utilidad. La escuela borgiana es una de las que, al igual que el realismo mágico, ha estado presente en los escritores posteriores. Pero pareciera que todo escritor necesita contar con este término para denotar su calidad. Un análisis de esto lo realizó Carlos Iván en la revista Marabunta, tras notar que Ignacio Padilla, un escritor mexicano, tenía atribuida esta influencia.[1] Es complicado encontrar una influencia tan directa, o un autor que no tenga un acercamiento con la obra de Borges, pero que tenga el peso que amerite usar el término borgeano. Incluso, a veces cuando la cercanía no esta presente, parece ser necesario que de alguna manera Borges conecte con los autores. Al comprar un libro de Delmira Agustini, me di cuenta que el prólogo de la obra hacía más énfasis al trabajo de Borges, en torno a la escritura, más que a la obra de la escritora uruguaya.
Por el otro lado, los autores de otras nacionalidades donde no se habla el español, no escapan del aura de Borges…
Cuando empecé a leer a Papini, el prologuista no perdió el tiempo para mencionar que Borges lo leyó; lo mismo con Kafka, Hayek o tantos autores que el escritor argentino realizó en su vida. A veces pareciera que su mayor logro fue el conseguir que Borges dedicara algunas palabras a su obra.
No es que su trabajo no haya sido relevante, así como su trabajo de dar a conocer a autores fuera del ámbito español fuera importante. Es sobre el abuso que algunos críticos o editores hacen de su nombre para sustentar a autores que, gracias a su calidad, no necesitan que un grande, como lo es Borges, defienda su trabajo. Pero en lo que ocurre, el segundo Borges, el personaje, parece que no encontrará un reposo frente a su uso para encerrar a todos los autores que se pueda bajo su órbita.
[1] Carlos Iván, “Ignacio Padilla y el Canon Borges” en la Revista Marabunta, año 5 número 14, 22 de febrero de 2017. Lo pueden leer aquí: http://www.revistamarabunta.com/2017/02/22/ignacio-padilla-canon-borges/