"Hobbes nos pide que imaginemos cómo sería la vida sin una autoridad fuerte dotada del poder de hacer cumplir la ley; administrar justicia y mantener la paz. Esa condición -según Hobbes- se asemajaba a un "estado de naturaleza!" en el que los seres humanos viven con el temor constante de una muerte violenta, una guerra interminable de todos contra todos. La solución de Hobbes al problema del miedo y el terror exigía que los individuos aceptaran establecer -y luego obedecer incondicionalmente- un poder absoluto. LLamó a ese Estado "Leviatán", para destacar que el precio de la paz era la investidura de un poder liberado de las restricciones de otras instituciones como la justicia o el parlamento. "No hay nada sobre la tierra -escribió Hobbes- que pueda comparársele"
Leviatán fue la primera imagen de superpoder y la primera alusión a la clase de ciudadano privatizado compatible con las exigencias de ese superpoder, el ciudadano que encuentra que la política es una distracción que debe evitarse; si no le permiten "intervenir en los negocios públicos", se quedará persuadido de que tener una participación activa implica "odiar y ser odiado", "sin beneficio alguno", y descuidar los asuntos de su propia familia. Hobbes no sólo había previsto las posibilidades de poder que albergaba el oxímoron del ciudadano privado; también las explotó para evitar que el poder soberano fuera compartido por sus súbditos.
El razonamiento de Hobbes era que si el Estado protegía a los individuos en sus intereses y los alentaba en la prosecución incondicional de dichos intereses, sujetos tan sólo a leyes pensadas para salvaguardarlos de las acciones ilegales de otros, tales individuos no tardarían en reconocer que la participación política era superflua, innecesaria, que no era una elección racional. La presunción fundamental de Hobbes era que el poder absoluto dependía no sólo del miedo sino también de la pasividad. La indiferencia cívica se elevaba entonces a una forma de virtud racional; el soberano establecía y mantenía condiciones de paz que les permitían a los individuos luchar sus propios intereses, con el conocimiento cierto de que la ley del soberano les protegería, incluso los alentaría. por otra parte, una ciudadanía apolítica a quien se ha tranquilizado sobre su seguridad y puede ahora dedicarse exclusivamente a sus intereses privados: una perfecta relación complementaria entre el absolutismo político y el egoísmo económico.
Hobbes insistía en que el poder de "aquel dios mortal al cual debemos, bajo el Dios inmortal nuestra paz y nuestra defensa" podía instituirse y perdurar sólo si era legitimado.; en otras palabras, si aquellos a quienes defendía se convertían en colaboradores dispuestos, cómplices a conciencia"