En España se impide ya el derecho a la libre expresión de ideas que se opongan al pensamiento dominante, crecientemente ultraizquierdista, con la justificación de que generan odio.
Primero, no tenemos por qué aceptar que el odio sea malo. Como el amor, es un sentimiento natural en el ser humano. Lo inaceptable es actuar delictiva, violenta o ilegalmente siguiendo cualquiera de ambas pasiones.
Nadie debe matar a quien se odie porque, por ejemplo, violó a su hija; ni nadie puede acosar o intimidar a cualquier señora para expresarle su amor por estar locamente enamorado.
Se ha planificado la confusión entre el sentimiento y el delito, un acto extremo irracional, creando prohibiciones “para evitar el odio”: así se impiden la libertad de expresión y se sustituye por el pensamiento políticamente correcto “generador de amor”.
Su peor muestra está en la universidad, el lugar de la libertad de pensamiento: el acoso en 2010 de Pablo Manuel Iglesias y los suyos en la Complutense al grito de “Fuera fascistas de la Universidad” a una demócrata histórica, Rosa Díez, inició la carrera de este Gran Hermano. Eso sí es delito de odio: todo acoso o escrache y la limitación de la libertad de expresión lo es.
Ahora manda a sus funcionarios, personal o digitalmente, contra quienes defienden otras ideas. Su ideología de género es lícita, pero persigue y maltrata a quien defiende la sexualidad biológica, la del ser humano desde que existe.
La acusación de que la sexualidad biológica “genera odio” es el verdadero delito de odio que está creando la dictadura fascioprogresí podemita para oprimir a la ciudadanía.
Ya desde la universidad se transforma en ovino al estudiante con los cuatro ministerios del Gran Hermano de Orwell en “1984”: Amor, Paz, Abundancia y Verdad, este último cambiando la historia al gusto del Comandante en Jefe, Guardián de la Sociedad, cuyo discurso ya contagió parcialmente a la derecha.
Hemos vuelto a 1984 y es necesario rebelarse, como Winston Smith.
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SALAS