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Contra los pastores, contra los rebaños- Albert Libertad.

Publicado el 24 febrero 2016 por Matapuces
           
Contra los pastores, contra los rebaños- Albert Libertad.                                      
                               
                               
                                           Nuestras voluntades
Somos anarquistas porque buscamos la libertad y el bienestar y
porque, en buena lógica, combatimos contra todo aquello que es
contrario al bienestar y a la libertad. Por esta razón, combatimos
contra la organización completa de la sociedad de hoy y trabajamos
en esa revolución que debe forzosamente destruirla. Trabajamos en
la revolución social, es decir, regeneradora de la sociedad, arrojan-
do entre la multitud de los seres humanos ideas de independencia
y rebelión. Actuamos así porque sabemos que las revoluciones no
se decretan, porque no son más que el coronamiento de una evolu-
ción, de un cambio completo en las ideas. Una revolución no estalla
de golpe; es simplemente un producto, una conclusión.
Esos que nos hablan de hacer la revolución de la noche a la ma-
ñana, como se puede construir una máquina o romper un vidrio,
no se dan cuenta de que se ponen en flagrante contradicción de las
leyes de la evolución, de que no obedecen más que a sus pasiones,
sin contemplar en absoluto la imposibilidad de su deseo.
Del mismo modo que para la transformación radical del suelo, pa-
ra la transformación radical de las sociedades es precisa una larga
preparación, una fermentación continua. Ningún cataclismo se pro-
duce de forma súbita; solo poco a poco, a consecuencia de cambios
casi insensibles, se llega a esa explosión que llamamos revolución.
Cuando se dejan oír ruidos subterráneos, cuando se ve subir la
temperatura de los manantiales, hundirse terrenos, se puede prever
un temblor de tierra, una revolución geológica. Del mismo modo,
en la vida social, cuando vemos que se producen descontentos, que
se lesionan intereses, que se agravan los sufrimientos, cuando se
dejan oír las protestas, se puede prever también un cataclismo en
la sociedad, una revolución.
Y, sin duda, los signos precursores de la revolución social, que
transformará el viejo mundo, se distinguen fácilmente a poco que
se los observe. Uno se pregunta por qué antagonismos tan crue-
les dividen a la humanidad; por qué tantos personajes más o me-
nos odiosos mandan sobre los demás, sobre la gran mayoría de los
hombres.
Si nosotros, anarquistas, lanzamos nuestras ideas entre las ma-
sas para hacerlas germinar, para hacerlas penetrar en los cerebros
de los que son gobernados, explotados sin misericordia, es con el
fin de preparar a los espíritus para la revolución o, mejor dicho, pa-
ra revolucionar los espíritus. Pues solo cuando los cerebros estén
dispuestos para la revolución —es decir, cuando tengan conciencia
del cambio que nos parece necesario para el bienestar y la libertad
del hombre—, cuando hayan llegado a considerar dicha revolución
como una necesidad que hay que satisfacer sin dilaciones, solo en-
tonces, fatalmente, se producirá el cataclismo y el viejo mundo se
hundirá por sí mismo, porque ya no tendrá razón de ser.
Por eso no tenemos, como otros, la pretensión de hacer la revo-
lución, de organizarla y de trazar su ruta. No queremos centrali-
zación, ni aglomeración, ni administración, y esto porque sabemos
que siempre van contra la libertad; y que, al estar contra la libertad,
son una fuente perpetua de desórdenes, de problemas, de confusión.
Pedimos, coherentes con nosotros mismos,no ser mandados ni di-
rigidos. Colectivistas, federalistas o centralistas, comunistas más o
menos revolucionarios, todos creen en la necesidad del poder. Solo
nosotros no creemos.
Como suele decirse, cada uno con sus ideas, ¿no es así?, y se pue-
de entrar en discusiones contradictorias. No tenemos la pretensión
de ser providenciales y no decimos: ¡fuera de nuestras ideas, no hay
salvación! ¡no hay emancipación! No somos exclusivistas ni exco-
mulgamos a nadie. Tal o cual partido no podría decir lo mismo,
pues parece que, siguiendo el ejemplo del catolicismo, las excomu-
niones están de moda en el partido obrero. Tal cosa no es, bien es
cierto, más que una confesión de impotencia o de debilitamiento.
Combatimos contra todo principio de autoridad, de acaparamien-
to. Es decir que, cualquiera que sea la forma del poder, del gobierno,
nosotros la atacamos. Esto es lo que nos caracteriza: no más go-
bierno de ningún tipo, aunque sea revolucionario, aunque sea co-
munista. Tal es nuestro programa. No queremos más gobierno de
lo que queremos propiedad. No reconocemos a nadie el derecho a
decirse amo de tal o cual cosa. Los anarquistas combaten, pues, con-
tra toda usurpación del poder, contra toda usurpación de la riqueza
natural o social.
La razón es que el gobierno y la propiedad son las bases sobre las
cuales se sustenta la organización social actual, organización en
cuya destrucción trabajamos ardientemente. Sí, todo aquello que
deriva de dicha organización, todo lo que de ella depende, todo lo
que contribuye a legitimarla o fortificarla encuentra en nosotros
enemigos implacables, que no transigen. El individuo, para subsis-
tir, para gozar, no tiene necesidad de ser dirigido ni de estar cogido
por la panza; en absoluto son necesarios ni gobernantes ni sacerdo-
tes ni propietarios para que la humanidad viva. Por eso levantamos,
contra el edificio antagónico que alberga a la organización social
actual, el estandarte de la rebelión.
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