Buena parte de los españoles creen que los que se han hecho ricos con su talento y esfuerzo son sórdidos avaros que se encierran en sus cajas fuertes para comprobar cómo aumentan cada día sus lingotes de oro y los frascos de sangre chupada a sus obreros.
Una idea que refleja muy bien Rafael Simancas, un peso pesado del PSOE que fue líder de ese partido en Madrid, llamándole inhumano y explotador al actor Gerard Depardieu por hacerse belga para que el Estado francés no le expropie con impuestos entre el 75 y el 85 por ciento se sus ingresos.
“Una cosa es aceptar la economía de libre mercado, y otra bien distinta comulgar con la sempiterna intención de los más pudientes por acumular riquezas a costa de la miseria general”, advierte refiriéndose a Depardieu y a Bernard Arnault, patriarca de la industria del lujo francés, una de las causas de la riqueza del país, que también amenaza con dejar su país.
Depardieu era un chico pobre, sin estudios primarios. Nadie puede creer que se haya enriquecido a costa de la miseria de nadie, sino, al contrario, gracias al placer que proporciona su trabajo como actor.
Su público, pobre y rico, paga por verlo, lo mismo que hay parados que pasan hambre para ver y hacer multimillonarios a los antes más pobres que ellos Ronaldo o a Messi.
Cubiertas sus ambiciones, yate, avión, varias casas, que dieron y dan trabajo a muchas personas para construirlas o mantenerlas, los ricos crean empresas que generan salarios y riqueza, como Depardieu con sus bodegas vitivinícolas y Arnault con sus grandes marcas de perfumes e “inútiles” bienes lujosos.
Sin estos ricos sólo habría más pobres pastoreados por políticos bobos, demagogos e inútiles igualitarios que, además, siempre terminan robándoles la comida.
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