El Bubisher sigue navegando a toda vela por la Wilaya de Smara, por cada una de sus madrasas, puertos llenos de chiquillos expectantes, de futuros marineros de la vida. Les atrae poderosamente su cargamento de historias lejanas, de sirenas, piratas, peces de mil colores, de tesoros escondidos en cofres de papel, de canciones que unen sus manos y sus voces.
Embarcan cada mañana en un cuento para continuar su travesía por la tarde, sin saber dónde les llevará cada nueva aventura, pero sabiendo que, sea cual sea el lugar de llegada, regresarán a sus casas con la sensación de haber estado inmersos en el mundo de la fantasía, ese territorio en el que los niños son capaces de reinventar la vida con un puñado de lápices de colores.
Y con ellos van escribiendo mensajes cargados de inocencia y de ilusión y los van metiendo en botellas, que Memona cierra con esmero y envía por la tripulación que va y viene, para que un día, cuando el mar sea benévolo, alguien las tire lejos de la costa con la esperanza de que otro alguien, tal vez ajeno al mundo del que proceden, descubra también un tesoro encerrado en palabras infantiles.
El Bubisher sigue navegando a toda vela por la Wilaya de Smara, porque allí y aquí seguimos creyendo que todo es posible si seguimos trabajando mano con mano.