Revista Opinión

Contraataque: mi propósito de Año Nuevo (III)

Publicado el 20 enero 2014 por Eowyndecamelot

(viene de)

Aquello parecía la antesala del Diluvio Universal, pero probablemente un desastre más grande se cerniría sobre nuestras cabezas si el ataque seguía demorándose. Yo esperaba una visita desde hacía un buen rato, y ya habría salido a buscar al  impuntual huésped si no estuviera ocupándome de Isabel, cuya salud mental me tenía preocupada. Maldecía mentalmente a Guillaume: ¿cómo pudo ocurrírsele meterla en esto? Y en cuanto a mí, ¿por qué no busqué una manera de impedirlo? Demasiado odio acendrado, demasiada crueldad gratuita típica de antidisturbios, para un alma sensible como la suya: la guerra, en resumen. Y, obviamente, hubiera podido soportar mejor la muerte de Guifré que el saberlo víctima casi segura de torturas. Son las desventajas de enamorarse. Aunque, para ser honesta, considero, que dentro de lo que cabe, Guifré es bastante merecedor del aprecio de Isabel: pertenece sin duda a ese escaso 1% de hombres que hacen felices a las mujeres. Nunca más que su ausencia, claro. Menos mal que parece ser que solo las infantas se ciegan por el amor, al menos lo suficiente para que les sean perdonados sus crímenes. Pero en aquel momento, mi amiga se removió en su catre, contiguo al mío, y yo dejé de mirar hacia afuera para acercarme.

-¿Otra pesadilla, Isabel? No te preocupes: con lluvia o sin lluvia, pienso decirles a esos dos que o atacamos mañana o me paso al enemigo.

Ella se incorporó, arrebujada en la manta.

-No intentes consolarme, Eowyn. Sabes que la mayoría de los nuestros morirían asaeteados en el barro, sin posibilidad de avanzar.

Lo peor es que tenía razón.

-Pues algo hay que hacer. No soporto la espera.

Un recuerdo arrancó una sonrisa de los labios de Isabel.

-Guifré es tan impaciente como tú. Pero Guillaume siempre le decía que un ejército tiene que estar más preparado para esperar que para atacar. Que la espera puede desgastar más que la más sangrienta de las acciones de guerra, pero que hay que saber siempre cuál es el momento idóneo y mantener la compostura hasta que este se presenta.

Sabios consejos que en aquel momento no me convencían un ápice.

 -¡A la mierda el momento idóneo! El momento idóneo es aquí y ahora. Al igual que en la España sometida de principios de la década de 2013, con esa excusa estamos perdiendo el poco ímpetu que tenemos, lo cual al enemigo le viene de perlas. La espera genera disensiones internas y traiciones varias, y no es posible sustraerse al efecto del tiempo -y los antidistubios tienen tiempo de pensar a qué otro colectivo más van a detener arbitrariamente, hasta que no quede ni Dios en las calles, pensé-. No, si no podemos atacar frontalmente, habrá que buscar otra técnica. Mañana me colaré en ese castillo en calidad de lo que sea y solucionaré las cosas desde dentro.

-Sabes que es imposible…

-¡Pues algo hay que inventarse!

Me dejé caer en el catre, rendida de tanto maquinar. Al menos, los comendadores habían logrado que el rey Jaume arrancara a los Entença la promesa de que ningún prisionero sería maltratado o muerto por ellos; algunos se dejaban engañar por esas informaciones, creyendo, entre hambre y gemidos de moribundos, que la cosa estaba comenzando a arreglarse. Pero la mayoría no nos fiábamos: ¿no había hablado Elvira de ‘desgraciados acccidentes’, o algo así? Por si fuera poco, Gonzalo había podido interceptar, antes de llegar al castillo de Corbera, a un noble de la Corte de Barcelona que conocía personalmente a mi amigo, y que a todas luces había sido comisionado por Blanca para facilitar la identificación, y el posterior asesinato. O ‘desgraciado accidente’.

Isabel me miró con preocupación.

-Te estás ocupando de mí todo el rato –me dijo Isabel con amabilidad-. Como si tú no sufrieras tanto o más que yo. Sí, sé que lo haces, aunque no lo demuestres. Te preocupa la suerte de todos, en especial –puso un especial énfasis en sus palabras- de la de tu antiguo compañero.

Yo le apreté la mano.

-No te apures, Isabel. Estoy bien. Sabes que mi corazón es duro como una piedra.

-Permíteme que lo dude –respondió-. De todas maneras, esto me recuerda algo. Corría el rumor por el campamento que había alguna cosa en tú y Gotfried, que Dios le tenga en su gloria. Pero con tu actitud demostraste que no era así, tal como Guillaume siempre aseguró. No obstante, me gustaría que me sacaras de dudas.

¡Así que aquella era la razón por la que les resultaba a todos tan difícil comunicarme la suerte corrida por el teutón y por su compañero Aymeric! Vaya, me recordaban a la prensa española, a quienes tanto les cuesta comunicar datos como, por ejemplo, que 3.158 españoles se suicidaron en 2011 debido a la crisis, alegando el efecto imitación (porque desde luego que hay libertad de prensa, por favor, cómo os atrevéis a dudarlo). Claro que, en en el caso que nos ocupa, con buena intención. Pero yo no entendía nada: ¿por qué todo el mundo se obstina en empeorar mi reputación mucho más de lo que yo por mí solita soy capaz de hacer, que ya es bastante? ¿Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza? Bueno, al menos Guillaume no lo creyó: tal vez porque es tan vanidoso que no puede ni imaginarse que a una mujer le atraiga otro hombre estando él por las cercanías.

-Guillaume tenía razón: no intercambié más de dos palabras con Gotfried, por lo que ignoro de dónde salió esa habladuría. No era mal chico en el fondo, el pobre, creo, pero no me avengo demasiado con los compatriotas de la Merkel, sin ánimo de generalizar. Pero duerme ahora, Isabel. Ya hablaremos mañana. Yo esperaré aún un poco a Guillaume.

Ella asintió, conteniendo un sollozo, y yo iba a volver a la puerta de la tienda para seguir ojeando el exterior cuando alguien o algo irrumpió como un torbellino. El ser en cuestión se precipitó contra mí y me levantó en el aire para darme un par de vueltas, antes de decirme:

-¡El prisionero ha confesado! ¡Tengo los documentos!

Deseosa de zafarme de tanto entusiasmo extemporáneo, aproveché un momento en que, durante los vaivenes de sus demostraciones de júbilo, su pantorrilla estuvo a la altura de la punta de mi bota, y le aticé. Guillaume me soltó de inmediato y su puso a dar cómicos saltitos en círculo a la pata coja, mientras se sostenía la pierna afectada con las manos entre patéticos ayes de dolor, componiendo una estampa tan ridícula que no pude aguantar las carcajadas a pesar de lo comprometido del momento general.

-Supongo que no le has encontrado por casualidad una T2 de dos zonas de Barcelona. Es que en el siglo XXI ya me está costando desplazarme al curro casi más de lo que me dan de salario por realizarlo. Eso sí que sería un buen hallazgo –le apunté cuando pude contenerme.

-Al menos podías haberme pateado la otra pantorrilla. Esta era la pierna mala –se quejó en cuanto fue capaz de hablar, apoyando en el suelo la teóricamente maltratada extremidad cuya apariencia y movilidad no se correspondían en absoluto con sus exagerados lamentos.

-Si está lo suficiente recuperada para tanto bailoteo, lo está para recibir patadas. Aunque si necesitas una sangría, díselo a Rajoy -sentencié. Él siguió gruñendo.

-Cualquiera diría que te resulta desagradable lo que he hecho…

-No. No me resulta desagradable en absoluto. Incluso diría que me resulta bastante agradable. Además, aunque a veces parezcas algo insoportable, no dejas de ser un buen mozo, a mi pesar –oyendo estas palabras, iba a precipitarse hacia mí de nuevo, pero le detuve adelantando mis brazos extendidos y componiendo una barrera con las palmas de mis manos-. Pero cada cosa a su momento, y un momento para cada cosa. Piensa que tanta concupiscencia con Franco te habría llevado a la cárcel y a esperar la muerte. Entre terribles sufrimientos.

Rezongó y maldijo un buen rato en la lengua de oc, de oil, catalán y castellano (Guillaume, en cuestión de improperios, no era nada nacionalista), y al final su rostro recobró la expresión pícara habitual.

-Está bien. Todo llegará. Lo importante es que ahora sabemos la manera de entrar.

Me sentí repentinamente interesada: de ninguna manera hubiera esperado que el interrogatorio al prisionero fuera a ser tan provechoso.

-Explícate.

Envanecido de su supuesta hazaña, no pudo evitar hincharse como un pavo real que se hubiese escapado de decorar una mesa navideña el pasado diciembre.

-Decías que el interrogatorio no conseguiría arrojar más luz sobre los planes de Blanca y los Entença que la que tú nos habías traído. Y así ha sido: pero te olvidabas de algo. Los documentos.

Amagué un gesto de incredulidad.

-Entiendo. El amigo de Blanca llevaba un registro cuidadoso de las felonías de la susodicha convenientemente firmadas y que implican a altos cargos de la corte, rey incluido. Como los correos de Blesa, vamos. Y tú crees que eso puede desbaratar sus planes, derrocar la monarquía e instaurar la República. Porque los jueces que llevarán el proceso ni estarán comprados, ni serán presionados, destituidos o encarcelados, Dios les libre. Y la policía, lista como suele serlo en este país, tampoco meterá la pata.

-¡Mejor que todo eso! -Guillaume se encontraba en un estado de euforia inasequible al desaliento-. Son documentos que acreditan su identidad: salvoconducto, carta de presentación de Blanca… Los había escondido cuando vio que acabaría capturado. Pero he logrado persuadirle –me guiñó un ojo- para que revelara su ubicación.

No me inquietó la connotación del verbo ‘persuadir’ en su discurso: Guillaume podría ser muchas cosas, pero no cruel, ni innecesaria ni necesariamente: al menos, no tanto como esos maravillosos antidisturbios que tanto defienden los derechos de los ciudadanos, de los ciudadanos pertenecientes al 1%, claro. Por el contrario, una luz de esperanza iluminó mi cerebro.

-Eso significa que nadie le conoce. Que uno de vosotros podíais sustituirle…

-Y abrir las puertas desde dentro, dejando antes a la guardia fuera de  combate. Tomarles por sorpresa, con nocturnidad y alevosía. Traeré vino y víveres y para propiciar una celebración, y cuando todos estén borrachos, satisfechos de su triunfo y sintiéndose tranquilos por los refuerzos que esperan, atacaremos.

-Veo que has elegido ser tú quien lo haga –subrayé lo evidente-. Espero que sepas imitar bien el acento castellano.

Él asintió con energía.

-No es un tema que se pueda encargar a cualquiera. Es importante que esa gente no se salga con la suya. Dejando a un lado cuestiones personales, que también son importantes, sabes que lo principal es que, si eliminan a nuestro amigo, será fácil poner en su lugar a un  esbirro del rey de Francia. Y la lealtad a la Orden en ese puesto es básica para su supervivencia, y más en estos tiempos tan difíciles para nosotros.

A veces, la inocencia infantil de aquel experimentado militar me conmovía. Me conmovía y me apenaba. Aún creía que la justicia podía existir el mundo y que los jefes no tenían que ganar más si bajaban el sueldo de sus empleados. Cómo se notaba que no procedía de este triste y ridículo cambalache al que llamamos reinos hispánicos

-Sabes que discrepo con vosotros en ese punto. Personalmente, estoy segura de que no cambiarán las cosas si triunfa un rey u otro, Francia o Aquitania o las ciudades italianas, Aragón o Castilla. China, Rusia o EE.UU. Y desde luego Europa no, jamás Europa. Y nunca, nunca, dejarán de interferir en Tierra Santa mientras continué teniendo valor.

Él no captó la sombra que en un instante sumió mi rostro en las tinieblas. Busqué el apoyo de un taburete, y él se arrodillo ante mí, cogiéndome las manos.

-Y cuando esto termine, volverás a trabajar conmigo. Me acompañaras en calidad de mi hermana, una hermana algo casquivana a la que gusta confraternizar con los sirvientes guapos. Quizá estemos al final de nuestra búsqueda. Hemos dado algunos pasos de ciego, y no estoy orgulloso de algunas de las decisiones que he tomado: como denunciar al escasamente gentil comendador de Gardeny, cuando al final se ha demostrado que, aunque no es un dechado de virtudes, en absoluto es un traidor…  Pero ya te explicaré todo con más extensión.

Yo negué esforzadamente con la cabeza.

-Ahora soy incapaz de pensar en el futuro. Estoy demasiado preocupada por el presente. Pero me alegro de que toques este asunto porque necesitaría que me aclararas una pequeña duda. Tú estás seguro de que Felipe de Francia ha colado un infiltrado entre los templarios de alguno de los reinos hispánicos, y que nuestro querido Jaume no está muy lejos de sus ideas de querer destruir la orden. Y sin embargo, los tipos que te persiguieron al escapar de la encomienda de Barcelona (y que, por cierto, acabaron encontrándome a mí con nefastos resultados para mi salud física) no eran, como creías, esbirros del rey sino de Blanca. ¿Y si al igual que te equivocaste entonces te has equivocado en todo lo demás? *

Él bajó la mirada.

-No estoy orgullosa de haberme equivocado y que eso hay provocado que te hirieran. En dos ocasiones, además. Pero fui yo quien descubrió el tema del infiltrado, sino personas mucho más sabias. Y a partir de ahora dejaré que sean ellos los que me asesoren. He confiado demasiado en mis fuerzas o, mejor dicho, en mis ideas, y no me he dado cuento que mi juicio estaba obnubilado por… bueno, ya sabes. No puedo evitar ser cómo soy.

-Y no olvidemos –le interrumpí- que eres el guardián de esa reliquia que concede clarividencia –me burlé. *

-Sobre el futuro, no sobre el presente –refunfuñó-. Y quizá no sea el guardián más adecuado. Está visto que no interpreto correctamente sus mensajes.

-Nunca he creído en la reliquia –añadí yo-. Bueno, sí, supongo que será el hueso de un santo cuyo esqueleto, si se juntaran todos los huesos que dicen que le pertenecen, ocuparía la amplitud de un estadio de fútbol. Pero de ahí a que tenga poderes, hasta el punto de que según vosotros no puede guardarla su poseedor original aún no sé por qué… Pues qué quieres que te diga. También debe existir Santa Claus, los Reyes Magos, los gnomos y la Virgen del Rocío, según eso. *

Su mirada fue repentinamente grave.

-Te contaría la verdad sobre ello si supiera que podrías soportarla. O simplemente aceptarla.

-Sí, ya, paparruchas –respondí-. Estáis todos locos y no sé por qué os hago caso. Quizá porque sois tan fracasados como yo y no puedo evitar solidarizarme. O porque hay jefes que pagan peor que vosotros, aunque tendré que pensar próximamente si es suficiente motivo. Pero ahora vayamos al grano: explícame los detalles de plan para entrar. Porque voy a ir contigo, obviamente –sus facciones se alteraron por el asombro-, y te ayudaré a sacar de allí a los nuestros… -me interrumpí de repente. Bajé el tono de voz-. Espera. Sigue hablando. De lo que quieras. Como si te escuchara.

Con sigilo, me levanté y me acerqué a la puerta de la tienda, mientras Guillaume, algo desconcertado, procedía a desbarrar:

-Pues… bueno… no sé si será conveniente que vengas. A pesar de toda tu voluntad, no dejas de ser una débil mujer. Y para estas cosas se necesita un hombre con todo lo suyo bien puesto, no sé si me entiendes –se aprovechaba de que yo no podía contestarle. Pero ya me vengaría de sus provocaciones-. Tú puedes esperarnos, cocinando alguna cosa, por ejemplo, o bordando. Ya sabes, como corresponde a tu sexo -continuó. Yo levanté repentinamente la puerta de la tienda, y pude escuchar el rumor de unos pasos que se escabullían en dirección desconocida.

-Lo sabía –me dirigí a grandes zancadas hacia Guillaume-. Tenía que pasar. Tantos retrasos y tantas hostias. Tenemos un espía en el campamento. No sé si es el mismo que me disparó en Gardeny u otro, pero es igual. Ve a decirle ahora mismo a Frey Pere que vigile que nadie salga de aquí ni aunque alegue que quiere cagar en la intimidad de los bosques. Y esto va por lo de la cocina y el bordado –le solté un puñetazo en el estómago. Estuve tentado de bajar un poco la diana, pero me contuve por bien de la misión-. Fíjate en lo bien que bordo cardenales, Luego convocas a la plana mayor, venís y seguimos pergeñando el plan.

-Como lo deseéis, mi señora –me hizo una reverencia con actitud traviesa. El coqueteo y la acción le motivaban: había nacido para eso. Quizá no era tan distinto de mí, después de todo. O quizá sí. Pero distintos o iguales, tendríamos que trabajar juntos. Y entendernos. Aquello era  mucho más importante que nosotros.

-Y mañana nos ponemos al lío ya –concluí-. Sin reliquias, diplomacia ni demostraciones de talante. A espadazo limpio. A ver si nos dejamos de una puta vez de tanta tontería, joder. ¡Viva Gamonal!

(Continuará próximamente).

 * Para más info sobre los antecedentes de esta aventurilla, se pueden ver en este blog, por ejemplo, los ciclos La única salida: otra aventura medieval y El 25S y otras citas espaciotemporales. 

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