Es lo que siento muchas veces ante cosas tan claras, ante principios vitales, ante problemas importantes, ante decisiones tomadas. ¿Cómo puede ser? La última vez que recuerdo haberla sentido fue ante una petición de colaboración para ayudar a una persona a encontrar alojamiento. Es curioso cómo, cuando toca a lo personal, afecta y salen a flote las verdaderas preguntas, los auténticos miedos y pensamientos que realmente tenemos. Porque sí, la teoría está muy bien y es bonita, pero la práctica... Ese llevarlo a cabo y que se refleje en nuestra vida es lo complicado y un reto. La coherencia tiene un coste y un sacrificio considerable. Comprometerse es llegar hasta el final y no vale cualquier actitud.
Volviendo a esa petición de colaboración, ésta consistía en acompañar a una persona a mirar unas habitaciones que previamente otra persona había buscado para ella. Era sólo cuestión de una mañana o quizá dos tardes, finalmente se pudo hacer en una sola mañana. Pero durante esas pocas horas ocurrió todo. Me gusta ayudar, poder ser descanso para otras personas y, si tengo tiempo, no me importa dedicar unas horas a otras cosas aunque no tengan nada que ver conmigo. Así que acepté a esta petición de colaboración. Esa misma tarde tuve una pequeña conversación telefónica con la persona ayudada para concretar nuestra próxima gestión. Era un hombre tranquilo y se notaba que ponía su esfuerzo por hablar un español correcto. A la mañana siguiente me encontraría con él para empezar el recorrido que contenía tres direcciones.
Ya me había avisado la persona que me pidió el favor de que este hombre era un tipo aseado y educado. Así lo comprobé en cuanto lo divisé a lo lejos aun la fina lluvia que caía. Nos saludamos y presentamos, acto seguido intercambiamos las típicas palabras sobre el tiempo en esta ciudad norteña y llamamos al timbre del primer piso a visitar. Subimos y, tras ver lo necesario y hablar con la casera, volvimos a la calle para compartir impresiones. De momento todo iba bien. Cogimos un autobús para dirigirnos al segundo piso y durante el trayecto él me iba contando alguna cosa importante sobre su vida. Llegamos y se puso a llover con más insistencia. Él no parecía inmutarse y la verdad que me impresionó lo tranquilo que estaba y el fondo físico que tenía a pesar de alguna dificultad que me contó.
Repetimos la acción. Tocamos al timbre, subimos, vimos lo necesario, comentamos con la casera las cosas importantes y nos fuimos de allí con la decisión casi tomada. Íbamos de camino, de nuevo en autobús, al tercer y último piso cuando recibimos un mensaje de la casera diciendo que ya lo había alquilado. ¡Nos quedamos con una cara de tontos los dos! Esperábamos que nos esperara hasta verlo y decirle si sí o si no. Para él era el piso que mejor le venía por cercanía al centro. En fin, bajamos del autobús y buscamos un toldo donde resguardarnos de la lluvia que seguí cayendo. Él empezó a inquietarse por el tema del piso, no le convencía el segundo que vimos. Aunque realmente era su situación económica y vital lo que tenía peso aquí. Fue ahí cuando empezó todo el torbellino de pensamientos y preguntas a recorrer mi mente. ¿Qué hago yo aquí con este hombre? ¿Por qué me habré complicado la existencia? Ahora yo preocupada para que este hombre encuentre piso hoy porque si no mañana repetiremos acción... De verdad, ¿por qué no dije que no?
Al instante me sorprendí pensando en estas cosas tan opuestas a lo que yo consideraba que es heroico, humano y de personas que dejan huella. Estas cosas que llaman la atención y te parecen atractivas en otras (al menos a mí me lo parece). ¡Qué rápido se cansa uno! Pensé con pena. Qué rápido me había cansado yo de ayudar a esta persona. No habían pasado ni tres horas y yo pensando en que había perdido mi comodidad, ese estar tranquila en casa con mis cosas. Pensaba en que me había complicado mi vida por ese sí que pronuncié a aquella persona el día anterior. Llegué a pensar que ayudando perdemos. Entonces, me paré en seco y me pregunté: ¿el qué? Me imaginé en el lugar de este hombre y lo agradecida que estaría por contar con personas a mi lado que libremente y de forma gratuita me ayudaran en todo aquello que yo no pudiera. Entonces todo cobró otro cariz, pero es cierto que aun así el sentimiento no se esfuma rápidamente. Lo humano tira y mucho, pero saliendo a flote con esa reflexión pude terminar la gestión. Le escuché, llamé para pedir consejo y le acompañé a su pensión donde estaba de forma temporal.
Me quedé pensando en las personas que se dedican a este tipo de labor día tras día, ¡toda su vida! Ésa si que es una vocación. Personas dispuestas a lidiar con cualquier problema y también con cualquier carácter y trastorno. Porque sí, todo sea dicho, no todo es de color de rosa y la gente llega como llega: con toda su mochila de vida y lo que ha sufrido al llevarla sin ningún tipo de ayuda previamente. A veces esas personas se encuentran con personas como la de la foto que he escogido. Puede que de primeras provoque rechazo o inseguridad, pero estas personas no se quedan en ese primer escalón, ¡pienso que ni siquiera lo ven! Van directas a acoger, a escuchar y a extender la mano. La verdad que aunque no tenga una vocación como estas personas, agradezco poder acercarme a ella a través de estas peticiones de colaboración. Al final no es verdad que pierda cuando ayudo, sino que gano una experiencia en toda regla.