Revista Sociedad

Contradicción democrática

Publicado el 13 diciembre 2020 por Abel Ros

El otro día, compré ABC. Aburrido de tanto coronavirus, de tantos índices de contagios y fallecidos, decidí leer un periódico monárquico. Y lo decidí, queridísimos amigos, porque necesitaba saber cómo estaba el tema del Rey emérito - y su hijo - en pleno siglo XXI. En sus páginas, encontré las ideas predecibles que existían, en mi mente, antes de comprarlo. Encontré como los escribas de Julián Quirós (su nuevo director) arrojaban todo su arsenal de retórica aristocrática contra las brisas republicanas. Brisas que, al parecer, dividen al Ejecutivo. Y brisas que, a su vez, dividen a la población entre "afines a la Corona" y "críticos con ella". Según el PSOE, los asuntos personales - en alusión a los supuestos tejes y manejes de don Juan Carlos - no deberían mezclarse con los institucionales. Así las cosas, el juancarlismo se convertiría en una pieza del pasado. Una pieza que no mueve molinos. Y una pieza que no interfiere en las turbinas del ahora.

Más allá de si los asuntos de don Juan Carlos son monárquicos o personales. Lo cierto y verdad es que manchan nuestra imagen internacional y, de alguna manera, desgastan el concepto de Monarquía. Un concepto que, con el paso de los años, debe ser revisado. Dicho concepto tuvo su punto de inflexión en el siglo XVII. En ese siglo - de crisis religiosas, políticas y culturales - se produjo la separación entre fe y monarquía. Se rompió, de una vez por todas, la legitimación del poder por la gracia de Dios. Las monarquías abandonaron el brazo de la Iglesia y, acto seguido, reforzaron su poder para evitar, de alguna manera, el pataleo de los curas. Esa maniobra abrió, como saben, el "Absolutismo Regio". Un absolutismo que entró en crisis, cien años después, con la Toma de la Bastilla. Fue en ese momento, tras la Revolución Francesa, cuando el concepto de Monarquía adquirió sus connotaciones actuales. Fue cuando el liberalismo irrumpió y se despojó de pooder a las monarquías europeas.

Desde aquel momento, la Corona occidental se convirtió en una institución huérfana de poder. En una institución representativa. Una institución encarnada en reyes que reinan y no gobiernan. Se produjo, como en algunos sitios he defendido, la "contradicción democrática". Contradicción porque las Monarquías Parlamentarias son un híbrido entre pasado y presente. Un híbrido, como les digo, entre sangre azul y plebeya. Y un híbrido, y disculpen la redundancia, entre "herencia genética" y "soberanía popular". Hay, por tanto, una incongruencia en nuestra democracia que la convierte en ambigua y difusa. Y esa ambigüedad se traduce en cierta incomodidad social entre los simpatizantes y detractores de tal contradicción. Estamos, como diríamos ayer, ante un momento histórico de transición. Un momento donde la Monarquía necesita, otra vez, ser reinventada para afrontar los retos del futuro. Y esa transición debería ser tranquila, tolerante y abierta a un debate político y social. Un debate que ponga luz en la contradicción.


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