La Casa Blanca nos hace saber, a los que por la simplicidad de nuestras existencias no sabemos de paradojas, que esa ola de frío que les ha dejado las cataratas del Niágara de una pieza se debe al calentamiento global. Yo, que necesito poner lo que no comprendo en relación con lo que puedo ver, quiero entender que el fenómeno éste de la edad de hielo en Norteamérica tiene que ser algo así como cuando a nosotros nos calientan bien desde todos los ministerios del Gobierno e, incomprensiblemente, nos quedamos helados. Al parecer, las glaciaciones y los sentimientos de impotencia llegan así, después del acaloramiento.
Que hoy mismo (por no perdernos en la senda del recuerdo) abramos el periódico, después de dos años de ver sólo cómo a estos dirigentes que trabajan para nosotros se les alargaba el brazo hasta el final del palo de repartir candela, y encontremos la lista de los cuarenta éxitos principales de su mandato para alborozo de los barones de la formación y calentamiento global del resto del país, le congela las cataratas a cualquiera. Por eso, yo entiendo bien a los americanos cuando buscan una explicación a ese metro de hielo que no los deja salir de casa, porque yo he sentido, en ocasiones tan señaladas como ésta en el calendario del PP, cómo se me ponía un efecto invernadero entre el ombligo y las lumbares que me hubiera gustado poder aclarar.
El hecho de que a los americanos les caigan tórridos copos de nieve del grifo por la mañana es motivo de minucioso estudio por parte de los órganos competentes de un país ávido de respuestas porque no se puede lavar la cara. Cuando en España empezamos a quedarnos afónicos y entumecidos del esfuerzo de protestar contra los incumplimientos delictivos de los programas electorales, de tener que pagar a punta de navaja las deudas de unos banqueros acaudalados e incapaces, de tener que quedar al triste abrigo de la injusticia, de la poca sanidad y la mala educación, es el Gobierno el que se lava las manos. Ése que ha decidido que es mejor calentar al país sometiéndolo al escarnio y a la burla, porque cada maestrillo tiene su librillo, y escribe un panfleto que titula "España avanza en la buena dirección" y que recoge perlas tales como que ha conseguido frenar los desahucios en España, ha aplicado las medidas para mejorar la calidad de la enseñanza, ha conseguido que el crédito a las Pymes fluya como no lo hará el Niágara en días, nos ha proporcionado una justicia más ágil y eficaz, ha logrado que las prestaciones de dependencia por fin lleguen a quien de verdad las necesita (no como antes) y que los pensionistas disfruten de un nivel adquisitivo que ha tenido un bajar que parece un subir.
A mí, me resulta muy loable esta oda pastoril para las reuniones íntimas de los miembros del PP, pero tanta poesía, tantas hermosas voluntades, tantas palabras vacias de todo, tanto monólogo para el autoaplauso, tanta buena leche impresa en las líneas de un periódico y un país que se pretenden serios, empieza a cargarme un poquito la escarchada chepa. Parece una tontería, pero quizá allí habite la diferencia entre pasmarse de frío en una superpotencia mundial o hacerlo en los porches de la plaza de España. Y no digo yo que tengamos que tener ilustres científicos en la política, como allende los mares, que se pregunten si este cambio climático español es bastante o aún es poco, pero sí empezaría a templarnos algo la sangre que estos barones del conservadurismo dejasen de torturarnos de gratis con esta producción política de folletín barato. Que, si un día nos los comemos a todos, no nos hartan tanto.
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