La crisis y las encuestas negativas quizás están haciendo reaccionar a Mariano Rajoy, que parece haberle encargado a sus nuevos ministros de Justicia y de Sanidad iniciar las batallas políticas de 2015: elecciones municipales, algunas autonómicas y las generales.
Por un lado colocó como ministro de justicia este otoño a Rafael Catalá, que suplió a Alberto Ruiz-Gallardón para reformar levemente la ley del aborto zapaterista, y que acaba de aparecer como martillo contra el nacionalismo, al que equiparó al fascismo, lo que no había hecho nunca, nunca, un gobierno democrático.
Por otro lado nombró ministro de sanidad al mejor portavoz que había hasta ahora en el Parlamento, Alfonso Alonso, un retórico que le será muy útil en la campaña contra el pesimismo que envuelve a la sociedad española.
España está bajo una confusión y desilusión, que sólo ahora parecen comenzar a atenuarse, por la crisis iniciada en 2008 y aprovechada por el nacionalismo catalán para tratar de independizarse de España.
Rajoy, concentrado en la economía, abandonó dos aspectos de la política: la elaboración de un discurso que transmitiera esperanza al conjunto de los ciudadanos, y la necesaria confrontación con los nacionalistas catalanes, que, animados por esa falta de respuesta, exigieron más y más hasta amenazar con la insumisión.
Alonso podría ser la extensión optimista ante la ciudadanía, y Catalá el arma contra Artur Mas y sus aliados, al que le ha advertido ya que sus apelaciones a las masas de manifestantes y sus falsas elecciones son las de los fascismos del siglo XX: por fin un gobierno parece, de momento sólo parece, quiere atacar el fondo del separatismo.
Si fuera así Rajoy estaría preparando la guerra política de 2015, además, frente a la llegada exitosa, según las encuestas, del chavismo fasciocomunista del Pequeño Pablo de Podemos.
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