No es difícil reconocer a un adicto al control. Son personas que dirigen toda su energía y su esfuerzo a imponer cómo se deben hacer las cosas a su alrededor.
Su identidad está conectada con todo el poder y el control que tienen sobre su cuerpo, sobre su familia, sobre sus amigos, sobre su organización o, en general, sobre el mundo en el que viven. Por ello cuando pierden este control se quedan con una terrible sensación de impotencia. Perciben el control como un refugio, una zona de confort desde la que protegerse de sus vulnerabilidades y sus fantasmas. Así, asocian la pérdida de control a una amenaza, la de tener que enfrentarse a ellos.
Para conseguir sus objetivos, un adicto al control necesita lograr el control de sus semejantes. Para ello no dudarán en recurrir al halago, a la presión y a la creación de cuantos obstáculos y barreras que impidan a los demás evadir este control. Es fácil percibir a los controladores como personas que mueven los hilos de las marionetas de un guiñol, valiéndose de otros para mantener bajo control el entorno en que se mueven. También es frecuente verlos caer en juegos de codependencia, pues la necesidad de controlar y dominar a los demás da lugar a situaciones por las que las víctimas de su control acaban renunciando o perdiendo la capacidad de controlarse a sí mismos.
En el dominio profesional consideran la necesidad de control como una virtud. Después de todo la supervisión continua es necesaria y beneficiosa para las organizaciones que gestionan. Defender que las cosas se hagan de una determinada manera puede justificarse en términos de excelencia y de atención por los detalles. No obstante, en ocasiones, existe un miedo irracional a que las cosas vayan mal si no se controlan todos estos detalles, un miedo que se agrava por la creencia de que los miembros del equipo son incapaces de gestionar adecuadamente sus obligaciones. De ahí la necesidad de microgestionar y controlar todo lo que les rodea.
Claude Steiner encuentra en la necesidad de control el origen de los juegos de poder en los que participamos. Somos víctimas de un juego de poder cuando estamos en una situación en la que hacemos cosas que no queremos hacer, o cuando no podemos hacer lo que queremos. Por ello sugiere la necesidad de renunciar a nuestra faceta controladora.
Es posible que abandonar nuestra obsesión por el control nos deje vacíos pues nos instala en una sensación de vulnerabilidad e impotencia que nos hace sentir pequeños. Sin embargo también puede ser para nosotros un alivio: renunciar al control nos libera de algunas de nuestras responsabilidades, de posibles sentimientos de culpa y de la necesidad de tener poder sobre los demás. Para ello propone la cooperación, una forma de poder radicalmente opuesta al poder del control. Porque el control no es la única posición desde la que podemos ejercer nuestro poder.
Notas
Puede conseguir más información sobre la adicción al control en la entrada que Wikipedia dedica a la figura del Control Freak. También puede conseguir más información sobre la cooperación como alternativa al control en El otro lado del poder, de Claude Steiner. La edición en castellano está publicada por Editorial Jeder.