

Shlomo Mintz se presentaba en esta doble faceta con dos obras de auténtica escuela violinística que necesitan una concertación especial y rigurosa por todo lo que conlleva una escritura pensada para el solista.

Otro prodigio del violín desde niño, maestro y creador de escuela interpretativa fue Henri Vieuxtemps por lo que su Concierto para violín y orquesta nº 5 (1862) condensa todos los recursos técnicos para mayor lucimiento del solista cual obra fin de carrera, tres movimientos sin pausa donde nuevamente la orquesta debe plegarse al virtuoso. Así resultó, buen entendimiento y perfecto equilibrio sonoro, aunque no todas las secciones rindieron al máximo, con un Shlomo realmente prodigioso, especialmente por una técnica siempre al servicio de la música, destacando la cadencia del Allegro non troppo casi tributo a Paganini, el Adagio que mostró lo mejor de la orquesta, y un Allegro con fuoco más interior que exteriorizado, casi de tiempos retenidos para no empañar sonido en nadie, exigente pero efectivo.



