Y no crean ustedes que son raros ni infrecuentes los contrónimos. Son palabras que usamos todos los días -o casi todos- aunque no nos damos cuenta de su carácter caprichoso y veleta. Pensemos en unas cuantas palabras y en sus opuestos. Por ejemplo: lo contrario de comprar, vender; lo contrario de dar, recibir; lo contrario de ganar, perder; lo contrario de alquilar… alquilar.En efecto, la palabra alquilar es un contrónimo, porque significa tanto “comprarel uso de algo” como “vender el uso de algo”. Por lo tanto, “Ya he alquilado el piso” puede significar tanto que soy el dueño del piso como que soy el inquilino (que no el alquilino, como dijo aquél). Y lo mismo ocurre con arrendar y con prestar. Decimos “Tengo un libro prestado” y puede significar que alguien me lo ha prestado a mí o lo contrario, que yo se lo he prestado a alguien. Es decir, que en este caso concreto prestarsignifica tanto “perder un libro para siempre” como “quedarse con un libro para siempre”. Hay dos terminos contrónimos en particular que a mí personalmente me confundieron mucho durante mucho tiempo. Uno de ellos es sancionar, que yo siempre entendí como “aplicar un castigo”, hasta que descubrí que las leyes y las normas se sancionan pero con el sentido contrario. Es decir, que sancionar una norma no significa castigarla sino autorizarla o aprobarla. Y el otro es uno que me desconcertó en mi infancia –y me sigue desconcertando hoy día, pero ahora disimulo-: el verbo “ponerse” cuando se aplica al sol. “El sol sale por el este y se pone por el oeste”, nos decían. Y la confusión era tremenda porque en este caso “ponerse” significa en realidad “quitarse”. Hay dos contrónimos que son especialmente curiosos, porque uno de sus significados es de uso común mientras que el otro es bastante desconocido. Por eso es fácil que se interprete como error el uso de ese otro significado. Se trata de lívido, que significa originalmente “amoratado” pero también ha adquirido ya el significado de “pálido”; y de nimio, que significa “sin importancia” y a la vez “excesivo, exagerado”. De los dos dimos más detalle aquí en su día. Cuando supe de esta singularidad que tienen algunas palabras, comprendí varias cosas. En primer lugar comprendí que no es tan descabellado decir que algo es mortal o de miedo cuando en realidad no se trata de algo funesto o peligroso sino de algo muy bueno. Y también comprendí por qué en ocasiones utilizamos el verbo acabar con el sentido de empezar. Así decimos, por ejemplo: “Paquito y Piluca han acabado saliendo juntos”, cuando lo que ocurre es que han empezado a salir juntos. Por eso conviene aclarar la situación si alguien nos dice “Me gustaría acabar contigo”. Pero, sobre todo, gracias a este concepto de la contronimia, comprendí que todo es contradictorio en sí mismo; que el ser humano y todo su universo es en esencia paradójico; y que el lenguaje y las palabras, que tan ilógicos pueden parecernos a veces, son el más lógico y coherente reflejo de ese carácter insensato que nos identifica.
Puesta de sol ferroviaria (E. Hopper, 1929)