Me lo contó don Eduardo, una de esas tardes de otoño en la que uno no sabe que sabe más rico si el aroma a nostalgia o el matecito amargo.
Yo reflexionaba respecto a la música y las dictaduras, y la relación que siempre hubo entre ellas. Me pregunté que tan fuerte es el brazo de una guitarra como para que las bestias del infierno no hayan podido nunca con ellas.
Eduardo, cazador de histirias por naturaleza, escuchaba mirando fijo a una hojarasca que se divertía en los remolinos del otoño cuando de la nada me comentó una historia:
Se dice que en la llanura de Colombia vivía un tal Mesé Figueredo. El tipo tocaba el arpa, como nadie, se dice que era un mago del arpa y que para que las fiestas sean fiestas el no podía no estar presente.
Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su
arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.
A la mañana siguiente, alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa
dijo con un hilo de voz:
– “Se llevaron las mulas.”
Y dijo también:
– “Se llevaron el arpa.”
Y, tomando aliento, rió:
– “¡Pero no se han podido llevar la música!”
Entonces entendí en ese momento en ese momento que tan errada no estaba la dictadura de Pinochet que destrozó a culetazo limpio las manos de Victor Jara, porque en sus manos descansaba la música. Por desgracia del dictador no pudieron destrozar la idea porque desde la memoria del trovador chileno se siguen desprendiendo músicasindeseablemente.
Luego de pensar dispare desde la incertidumbre:
– Entonces nosotros somos la música –
Eduardo sonrió, volvió su vista a la hojarasca y me convido otro mate amargo, mate amargo que a esa altura ya estaba mas rico que el aroma a la nostalgia.