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Conversaciones sobre vampiros

Por Clochard
CONVERSACIONES SOBRE VAMPIROS Como cada jueves por la noche el club de misterio de Northomb se había reunido en casa de Sir Charles Wheatby. En realidad el club del misterio no era más que una excusa para que un grupo de unos cinco hombres ilustres de la localidad se reuniese a fumar puros, beber licor y disertar sobre temas varios, librándose por un buen rato de su rutina familiar y profesional. Aquella noche la conversación había girado en torno a los vampiros y la posibilidad de su existencia. Tomando como base varios libros en los que se narraban supuestos hechos acontecidos hacía siglos en los verdes prados de Northomb y diversas tesis y teorías en contra. Tras una no muy extensa discusión se había llegado a la conclusión unánime de que era, no sólo improbable sino del todo irrisoria la creencia en la existencia de tales seres. Sin embargo, quién sabe si por miedo a que la velada decayera o con el fin de escandalizar, Sir Wheatby tomó la palabra para realizar una extraña afirmación:
—Qué me dirían entonces, queridos amigos, si yo les dijera no sólo que estoy completamente seguro de la existencia de Vampiros, sino que estoy convencido de que entre nosotros se encuentra uno de ellos.—Ante tales palabras los miembros del club del misterio se miraron unos a otros entre estupefactos y divertidos. El doctor Jameson se atusó el blanco bigote y sorbió un trago de su Cognac antes  de carraspear y contestar no sin cierta sorna:
—Bien, en ese caso estoy convencido de que el único que puede ser un vampiro entre todos los presentes no es otro que nuestro querido compañero Mister Havendry...
—Pero bueno, se ha vuelto usted loco—Espetó tremendamente indignado el citado Havendry.
—Oh, vamos, no se lo tome así—Continuó Jameson—si seguimos la hipótesis de nuestro amable anfitrión, el único que puede ser sospechoso de ser un chupasangres es usted ya que no recuerdo ni una sola ocasión en la que nos hayamos encontrado a plena luz del día, hecho curioso, ¿no le parece?
—Eso es una calumnia, he estado con ustedes en innumerables ocasiones a la luz del día—Havendry parecía extremadamente nervioso y molesto ante las acusaciones de su compañero—sin ir más lejos, Lord Mortimer, ¿acaso no nos encontramos usted y yo el otro día en la calle Hitchcock dónde tuve la ocasión de saludar a su bella esposa?
Lord Mortimer era un aristócrata con más fama de crápula que de Drácula, cínico y bebedor sonrió ante la perspectiva de una buena chanza.
—Por el amor de Dios, Mister Havendry, eran las diez y media de la noche y aquella "dama" estaba tan lejos de ser mi esposa como usted de una coartada convincente.
Havendry se llevaba las manos a la cabeza exagerando su malestar y enfado por ser considerado sospechoso. Viéndolo en tal estado, Jim Beane, un escritor Norteamericano que estaba de viaje por el país y era huésped del Sir Wheatby, decidió echarle un capote.
—Si me permiten, en las tres reuniones a las que tan amablemente me han invitado no he podido evitar fijarme en un hecho curioso, el Doctor Jameson jamás prueba bocado de las viandas que tan a bien tiene ofrecernos Sir Wheatby.
—Es cierto—Añadió inmediatamente Lord Mortimer—¿a qué se debe tan poco apetito, querido doctor, tal vez a que ya está saciado de sangre humana?
—Pues ya que me obligan a confesarlo, les daré la razón que me solicitan: no pruebo bocado porque esas infumables galletitas saladas y esos dulces sólo se los comerían los cerdos y un camionero de Texas.
—Pero cómo se atreve—Contestaron al unísono Wheatby y Beane que era oriundo de Texas.
—Ustedes me han obligado con sus acusaciones.—Contestó tranquilamente el doctor tras beber otro trago. Lord Mortimer sonreía visiblemente divertido ante los sucesivos enojos de sus compañeros, pero Mister Havendry decidió que ahora le tocaba cobrarse la venganza.
—Disculpen caballeros, ¿qué me dicen de Lord Mortimer? Si alguien es susceptible por su comportamiento de ser considerado un Vampiro no es otro que él.
—Cierto, sus idas y venidas nocturnas—Añadió Wheatby.
—Cierto, su gusto por las damas jóvenes—Añadió Jameson.
—Cierto, su desprecio y burla por sus semejantes—Añadió Beane.
—Cierto, su decadencia y Dandismo—Apostilló Havendry.
Lejos de amilanarse, Mortimer soltó una sonora carcajada y apuró su copa de ron.
—Cierto, si no fuera porque todos los días cientos de personas me pueden ver a plena luz del día apostando a las carreras, cierto si no fuera porque algunas damas y no tan damas como su esposa, Mister Havendry, puede atestiguar que mis mordiscos producen más que la muerte el placer y cierto si no fuera porque al único que no conocemos y del que no podemos fiarnos es usted, querido señor Beane.
Se hizo un silencio más que incómodo en el salón, mientras Havendry se servía otra copa con mano temblorosa y ojos enrojecidos de rabia y verguenza. Beane encendió tranquilamente un puro y habló de manera firme y decidida.
—Bien, no voy a tratar de justificarme, lo mejor será que zanjemos esto de una manera empírica. Traigamos unos espejos y quien no salga reflejado en ellos será nuestro vampiro.
Todos aplaudieron la decisión salvo Wheatby , quien alegó que no había espejos en la casa debido a que había mandado todos los existentes a limpiar y reparar.
—Cielo, santo, una casa sin espejos, eso le señalaría a usted claramente como nuestro chupasangres.—Observó inmediatamente el Doctor Jameson.
—Oh, vamos, no sea simple, se trata de una divertida casualidad—Se apresuró a contestar Wheatby—Se me ocurre otra cosa, traeré ajos. De todos es sabida la repugnancia de estos seres por los ajos.
De modo que pronto se dispusieron por la mesa cinco cabezas de ajos que los allí presentes comenzaron a engullir con ánimos de demostrar su pertenencia a la raza humana. Cuándo ya todos habían acabado trataban de mostrar su compostura sin éxito y sus respectivas caras de repugnancia ante la ingestión de tan inusual tentenpié provocó una unánime carcajada que alivió la tensión acumulada.
—Bien, ahora, para disipar el mal sabor y olvidar el mal trago tengo algo que a nuestro querido Doctor le gustará más que mis galletitas saladas.—Anunció Wheatby sacando de un armario una botella de un excelente Whisky irlandés de treinta años. Todos celebraron y bebieron hasta  que no pudieron más y regresaron a sus casas satisfechos y felices por el alcohol y la inusual velada.
Antes de acostarse, Beane ayudaba a Wheatby a recoger los restos que quedaban en la mesa.
—Creo que pasamos algo por alto.—Comentó distraídamente mientras depositaba unos vasos en el fregadero.
—¿Ah, sí, y de qué se trata?—Contestó Wheatby a su espalda.
—Dimos por hecho que no existían los vampiros, pero no se nos ocurrió pensar que tal vez los mitos sobre ellos sean los que no son ciertos.
—¿Como el de los ajos?—Preguntó Wheatby.
—Cierto, como el de los ajos—Contestó Beane.
—Muy perspicaz, señor Beane—Añadió Wheatby enseñando unos enormes y feroces colmillos.

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