Beatriz Benéitez. SantanderPertenezco al grupo de las personas que piensa que, en la mayoría de las ocasiones, quienes se dedican a la cooperación al desarrollo de forma profesional deben cobrar un sueldo. Sé que es un tema controvertido, porque hay quien opina que quien decide dedicar a esto una parte de su vida tendría que hacerlo por amor al arte. El mundo de la cooperación ha cambiado mucho, y quedaron atrás los tiempos de las misiones, de la evangelización y la caridad. Y conste que no es mi intención criticar la labor que realiza la Iglesia en algunos de los rincones más recónditos del planeta. No hay más que ver el trabajo de los jesuítas en Dominicana o Ecuador; o el impresionante proyecto del padre Nicolás Castellanos en Bolivia. No es eso. Pero antes, nosotros, los enviados de los países ricos, llegábamos a destino y entrábamos como un pulpo en una chatarrería. Porque pensábamos por ellos y actuábamos para ellos, pero al margen de su opinión. Cargados de buenas intenciones, pero sin escucharles y sin entender su idiosincrasia. Hay que contar con los beneficiarios. Es imprescindible, porque también tienen mucho que decir.
Los países en vías de desarrollo necesitan auda, sí. Pero ordenada y profesional. Es bueno que vayan enfermeras a atender los hospitales. Pero es mejor que vayan para enseñar a las enfermeras locales. O profesores para mostrar a los maestros de escuela nuevas técnicas padagógicas. O ingenieros agrónomos para enseñar todo lo que puedan sobre plantaciones. No hay que dar limosnas, hay que cooperar y buscar la viabilidad, la supervivencia de los proyectos. Sin invadir y sin herir la dignidad de nadie. Para hacer todo este trabajo es imprescindible que los Gobiernos y las ONGDs cuenten con profesionales. El voluntariado está bien, y hay que fomentarlo: para realizar acciones de sensibilización en los países donantes; para colaborar durante una etapa breve en destino... Pero la continuidad de los proyectos debe estar en manos de personas comprometidas, cuyo trabajo como cooperantes expatriados les permita vivir. El esfuerzo extra es desarrollar su trabajo en Camerún o en el Congo Belga, en lugar de hacerlo comodamente en su ciudad. Pero deben recibir un sueldo, y trabajar con objetivos y resultados. Sólo así conseguiremos ser de verdad eficaces en este ámbito.Pero, como en todo, hay excepciones. En Cantabria hay personas que saben casi todo sobre ayuda humanitaria y cooperación. Una de ellas es Marisol Dobarganes que, en 1996, creo Cantabria por Bosnia, y que no ha parado desde entonces. Un día de estos hablaré de la huella que dejó en Herzegovina, donde la llaman Mamá Sol y la adoran. Allí dejó muchos amigos, personas que nunca la olvidarán. Jamás ha cobrado un céntimo, ni lo aceptaría. Es una persona Buena, y con verdadera vocación de servicio a los demás. Y esos casos son admirables, pero son contados. Para Marisol y para todos los que son como ella mi reconocimiento y mi admiración. Y para los profesionales de la cooperación, mi apoyo.