Sí, tenía que escribir sobre el tema más comentado en el último tiempo, el tema con el que nos venden humo en nuestro querido país-pasillo. Es que se trata de una pasión que me toca la fibra más íntima. Seguro los no-futboleros dirán que están hartos con el temita, pero los que dicen eso seguro no saben de esta loca pasión. Compréndanme, aprendí a caminar y lo siguiente, fue aprender a patear un balón; todos mis mejores momentos en la vida han sido en torno a un balón; todos los juegos comprendían una pelota, un pedazo considerable de tierra y amigos. En la infancia, con la familia, nos pasábamos la vida en el estadio apoyando a nuestro equipo (Cobreloa), si íbamos hasta a los entrenamientos. Mis hermanos iban a la escuela de fútbol de nuestro adorado club y también los íbamos a ver jugar a ellos. Vibramos con cada giro de un balón. Para el mundial de Francia 1998 –que fue mi primer mundial– nos levantábamos temprano a ver los partidos, coleccionábamos los álbumes, intercambiábamos láminas con los compañeros de la escuela, dibujábamos la mascota, rogábamos por una camiseta, en definitiva, soñábamos con un anhelo increíble.
Es por eso que la obtención de esta Copa América no es una simple trivialidad. Pese a todos los comentarios en contra del fútbol, vibramos y no lo podemos evitar. “El fútbol es el opio del pueblo”, dicen los más ideologizados, pero yo digo que no. Porque muchos tenemos absolutamente claro que el fútbol es parte de los ítems de “entretención”. Sabemos que el fútbol es la cosa más importante dentro de las cosas menos importantes. Y nos damos cuenta de todo lo oscuro que se maneja a nivel gobierno y medios de comunicación en torno al tema. Sin embargo, es justo celebrar un triunfo que merecemos como golpe anímico. Los chilenos crecemos con varias fronteras impuestas por un sistema que nos rige, que es bastante maquiavélico. Nos cuesta creer que somos capaces de conseguir triunfos porque cada vez que lo hemos intentado, por ejemplo, con revueltas sociales hemos salido perdiendo. El pueblo no le gana a nadie porque jamás se le da la oportunidad. Mucho menos ganamos copas ni medallas, ni en el fútbol ni en otros deportes, porque no tenemos plata. No nos alcanza ni para soñar y nuestros deportistas tienen que hacer bingos o vender un riñón para poder comprarse implementos o pasajes para alguna competencia. Somos una sociedad mutilada y este equipo que le ganó a la adversidad nos da un empuje para pensar que podemos hacer algo mejor, podemos todos juntos campeonar.
Este triunfo, además, nos ayuda a pensarnos como sociedad, pues Chile es un país individualista y con sentimiento de superioridad frente a los hermanos americanos (exceptuando Gringolandia). Lo digo con conocimiento de causa, pues nací en el norte de Chile donde estamos muy cerca de la frontera con Bolivia, Perú y Argentina. Aquí no hay pugnas por la nacionalidad, pero sí se respira el aire de “jaguares de Latinoamérica” o el ridículo “ingleses de Sudamérica” frente a nuestros vecinos. Siempre nos hemos creído superiores y no conocemos sus culturas porque tenemos pugnas históricas, porque “ellos son los resentidos”, porque tenemos que poner los ojos en Europa y en EEUU para mejorar.
Sí, ahora somos campeones, tenemos nuevos aires, pero debemos mejorar. Que el fútbol sea una señal de lo desigual que es nuestra sociedad, de lo prejuiciosos que somos los chilenos. Empecemos de nuevo, porque no debemos olvidar que ganamos la copa que se juega en un continente del que no hemos sabido formar parte.
Por Cristal