El domingo pasado se alzó con su duodécima Copa de Europa el Real Madrid, en un encuentro que, excepcionalmente, tuve ocasión de ver en su mayor parte; no faltó la emoción, el curso de un marcador irregular -aunque el equipo blanco siempre fue por delante o empatado- que terminó con la victoria española ante un equipo italiano bien organizado y con una de las mejores defensas del mundo.
No me preocupa excesivamente el triunfo madridista, del que me alegro, pero me sorprende haber compartido el espacio junto a un aficionado que jaleaba a la Juventus porque se definía “antimadridista”. Uno puede entender ese concepto en un encuentro que enfrente al club blanco contra el Barcelona o el Getafe, pero no contra un rival italiano con quien se dirime la copa de campeones; por muy adversos que sean los sentimientos contra jugadores, presidente o entrenador, da la sensación de que debería prevalecer el sentimiento nacional, cuando el adversario es extranjero.
Así entiende uno mejor los nacionalismos aldeanistas y la alergia que produce, en ciertas formaciones políticas, la bandera de todos los españoles. Tenía razón Einstein: Solo hay dos cosas infinitias: El Universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de lo primero.
La fotografía recoge el primer gol del partido, en el que Ronaldo bate a Buffon por la derecha.