Revista Decoración
Después de varios días de ausencia por un problema en el brazo espero ir regresando poco a poco. De momento mi gran amiga Patri me ha echado una mano y nunca mejor dicho. Aquí va uno de sus maravillosos posts. Mil gracias bellísima.
No sabía cómo empezar este post hasta el momento en el que sonó el teléfono. Andaba inmersa en una búsqueda de imágenes que se había prolongado demasiado y mi madre, como siempre, me dio la clave. Por casualidad ella, como yo, realizaba el tour de las mesas puestas con arte; el del deleite de una vajilla y unas copas de vino bien acompañadas…. Mi madre tiene esa gran habilidad del buen anfitrión; sabe perfectamente qué delicias cocinar en cada momento, maneja las cantidades con precisión y lo más importante de todo, sabe y controla el arte de hacer que los demás se sientan como en casa, disfrutando con ellos. Práctica y organizada; el amor que imprime en lo que hace se ve reflejado en toda la casa. Si algo he aprendido de ella es que los detalles, a la hora de sentarse a una mesa, importan. Este post se lo dedico a ella: mi madre. ¿A quién si no? Por las mil y una mesas en las que se saborea su cariño.
No soy una persona folclórica desde el punto de vista del color; los tonos neutros por los siglos de los siglos. Grises, piedras, crudos y siempre blancos para manteles y vajillas. No es una clave radical, pero si mi tendencia natural. El plata también siembra un hueco entre mis debilidades. Esta apuesta es perfecta.
Reciclar, restaurar…para mí es casi un hobby. Hasta mi hija domina la palabra. En este post he querido plasmar las vueltas que puede tener un objeto. Una prueba fehaciente de que se puede decorar con encanto si rasgarnos los bolsillos. Los botes o botellas de cristal de siempre pueden tener mil y una vidas. Prueba a lavarlos bien, deshazte esa etiqueta odiosa, ponles una vela y dales un toque. Uno sólo da un toque y varios pueden cambiar un ambiente. Júzgalo tú mismo.
Esta que viene ahora es una de mis mesas favoritas. Una mantelería que habla por sí sola, el aire vintage que imprimen los vasos, los botes de cristal reciclados y esas botellas de agua de las que soy fan absoluta desde hace años. Las uso muchísimo. Su versatilidad, acompañada de un diseño limpio y práctico, la convierten una vez más en un imprescindible. El aire retro que estila gracias a su tapón, es un punto más a su favor. Ya sabes: para el agua, limonadas, el aceite o incluso de florero improvisado.
Pero si hay un color que no me deja indiferente, como a mi amiga Lucía, ese es el azul. Pero no uno cualquiera. Llámese como quiera: índigo, añil o glasto. No le hace falta carta de presentación. La madera, como el cemento pulido, revolucionan sus aptitudes. Esas vajillas, me recuerdan a mi abuela.
Las flores hacen bien su trabajo; aportar la nota de color o romper de forma sutil la sobriedad es lo suyo.
Y con los detalles que coronan cualquier mesa, cita o un encuentro, me despido. Ellos sirven hoy la nota diferente. Aquí entra en juego la imaginación, la creatividad. Que nadie se atreva a decir que está todo inventado. Espero que sean inspiradores para la próxima cena o acontecimiento. Hacer partícipe al invitado es siempre divertido.
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