Texto publicado en Acta Médica, la revista del Colegio Oficial de Médicos de Tenerife, en junio de 2016.–
Aurelia y Ceferino eran pacientes de don Nicolás, el médico de toda la vida, el que en vacaciones no salía del pueblo, que no era muy viajero el hombre, y sus pacientes seguían consultándole en casa en lugar de al sustituto, que solía plantearse aburrido para qué lo habían contratado. Pero llegó el día en que a don Nicolás lo obligaron a tomarse vacaciones para toda la vida y lo jubilaron por decreto. Entonces sí se fue del pueblo, o sus paisanos no lo dejarían retirarse.
A Aurelia y Ceferino les ha costado adaptarse, el nuevo no es como don Nicolás, se empeña en que caminen todos los días, en que no coman sal ni rosquetes, en que vayan a la consulta cuando los cita para control —¡para controlarlos! ¡Qué atrevido!—. Podrían cambiarse de médico, porque ahora en el centro de salud hay varios para elegir, pero para qué, si los otros son iguales, según cuentan los vecinos: caminar, nada de grasa, ni dulces, ni tabaco, ni vino, ni bebida blanca, ni siquiera con el frío —¡increíble!
Eso sí, Aurelia siempre ha sido muy disciplinada y lo que ha dicho el médico va a misa, quiera o no quiera Ceferino, que tiene unas ínfulas de autonomía para las que ella no le ha dado permiso.
Médico: ¡Pero Ceferino, los análisis dicen que sigue bebiendo!
Aurelia: —Le suelta una colleja— ¿No dijo don Francisco que dejaras el bar?
El médico nuevo, que solo los había visto una vez en la consulta cuando les pidió los análisis, se quedó tan perplejo que no fue capaz de reaccionar, pensó que quizá había malinterpretado el gesto, aunque no quedaba mucho margen para interpretaciones. Lo dejó estar por esa vez y los citó de nuevo en un mes para ver cómo iba la tensión arterial, que tenían un poco descontrolada.
Médico: Aurelia, su tensión se ha controlado bastante bien con el tratamiento que le receté, se ve que está comiendo bien y moviéndose un poco, además de tomarse las pastillas.
Aurelia: Yo hago lo que me dice, don Francisco, y no como este, ¿a cómo la tiene él?
Médico: —Dirigiéndose a Ceferino y recordando la última visita— Ceferino la tiene peor, parece que el tratamiento no le ha hecho tanto efecto o está comiendo con sal, ¿y el alcohol? ¿Lo ha dejado como le dije? Porque podría ser por eso que no se le controla la tensión.
Aurelia: —Colleja— ¡¿Qué te dije?! Que don Francisco te iba a meter las cabras en el corral, ¿te creías que no se iba a dar cuenta de que sigues pasándote la tarde con los borrachos esos? —Otra— ¡Venga pa’ casa, que te voy a dar yo! —Y se lo llevó a rastras sin esperar por la cita de control y dejando al médico sin habla.
El médico pensó, “si la situación fuera al revés y la colleja se la diera él a ella, ya estaría llamando a la Guardia Civil; pero esto es injusto, intolerable, tengo que hacer algo”. No podía quedarse callado cada vez que viera cómo le pegaba en la consulta y el pobre Ceferino, amedrentado, ni se atrevía a protestar.
Se le ocurrió contactar con un hijo para informarlo de la situación.
Médico: ¿Es usted el hijo de Aurelia y Ceferino?
Hijo por teléfono: Sí, soy yo, dígame.
Médico: Soy el médico de cabecera de sus padres y lo llamo porque tengo que comentarle algo.
Hijo: ¿Les pasó algo a mis padres? —Contestó asustado.
Médico: En realidad no se trata de un problema de salud en este momento, sino de un asunto de la relación entre ellos que observo en la consulta y que creo que los hijos deben conocer.
Hijo: ¿De relación? ¡Pero si ellos se llevan bien, hasta mejor de lo que deberían!
Médico: Veo que no está al tanto de la hostilidad que manifiesta su madre respecto a su padre, por eso lo llamo. Quiero que sepa que en la consulta su madre golpea a su padre porque no cumple con las recomendaciones que le he sugerido, y su padre parece tenerle miedo y no replica.
Hijo: ¡Ah, me llama por eso! Descuide, doctor, ellos lo llevan así. Mi padre es un sinvergüenza, nos abandonó a mis hermanos y a mi madre cuando ella estaba embarazada del pequeño, ¡imagínese! Se fue a Venezuela y se lió con otra mujer, con la que tuvo hijos y todo. Nunca nos mandó dinero para criarnos, así que mi madre tuvo que hacerlo ella sola. Cuando volvió, mi madre lo acogió de nuevo, cosas de su educación. Déjelos, ellos lo llevan así, mi madre consuma su venganza y mi padre purga su culpa, todo está bien. Gracias por el interés, doctor. Buenos días.
Médico: Buenos días.
El médico se quedó confuso, con un regusto amargo mezcla de resignación e impotencia, pero ¡qué derecho tenía a inmiscuirse en asuntos familiares a los que no había sido invitado a participar!