"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados."Así arranca una novela que casi podría considerarse ya un clásico contemporáneo, con esta primera frase que bien merece hacerse un hueco en la lista de comienzos literarios más célebres (si es que existe alguna lista así, pudiera ser pero no sé), con esa niña recién convertida en mujer, no sabemos si por su estrenado matrimonio o si, tal vez, lo que realmente la hizo dejar la niñez atrás, fue el mismo motivo que la impelió a ausentarse de la mesa familiar a la hora de comer, buscar la pistola del padre, ocultarse en el cuarto de baño, descubrir su seno izquierdo que se me antoja blanco como lo era su corazón, apoyar sobre él el frío metal del arma y, con un simple movimiento de uno de sus dedos, acabar con tan blanco escenario: baño, corazón y pecho, tiñendo y a la vez borrando para siempre su ya inservible corazón de todo asomo de inocencia o quién sabe si mejor habría de decirse cobardía. Y, sin embargo, el auténtico comienzo de la novela y lo más importante de esa frase inicial es ese "no he querido saber, pero he sabido". Sobre ella gira toda la trama de la novela, sobre las decisiones tomadas o dejadas de tomar, sobre lo que debemos decir o callar, sobre lo que inevitablemente penetra por nuestros oídos "como gota de lluvia que va cayendo desde el alero tras la tormenta, siempre en el mismo punto cuya tierra va ablandándose hasta ser penetrada y hacerse agujero y tal vez conducto." Conducto, ¿hacia qué? Y, ¿sepultamos después el conducto o lo dejamos despejado?
De un viaje de bodas regresa también Juan Ranz, narrador de Corazón tan blanco; y si puede regresar es porque años atrás una mujer, tras su propio regreso, se quitó la vida disparándose al corazón con la pistola del padre. El padre, en este caso el de Juan, su viudo (de la mujer), se casó después con la que sería madre de Juan, que era hermana de la difunta (la otra niña, por tanto). Así que si esa tía, a la que nunca conoció pero cuyo retrato tuvo ocasión de observar infinidad de veces de niño, no se hubiese suicidado, Juan no hubiese nacido y por tanto no se hubiese casado, ni hubiese ido de viaje de novios, ni, por supuesto, hubiese de él regresado.
El padre era ya dos veces viudo cuando se casa con la madre de Juan; una leyenda de mala suerte parece alzarse en torno a él. Leyenda que se torna augurio en el caso de su hijo. Un mal presagio le acompaña desde su cambio de estado civil, desde que comienza a hacerse la pregunta "¿y ahora qué?", pregunta que su propio padre le plantea el día de su boda como preludio a lo que realmente quiere lanzar, a un consejo con regusto a advertencia. "Cuando tengas secretos o si ya los tienes, no se los cuentes", se decantará finalmente por pronunciar. El se se refiere a Luisa, su flamante nuera.
"Pude callar y callar para siempre pero uno cree que quiere más porque cuenta secretos, contar parece tantas veces un obsequio, el mayor obsequio que puede hacerse, la mayor lealtad, la mayor prueba de amor y entrega. Y se hacen méritos contando."Juan y Luisa se conocen a causa de su profesión. Ambos son intérpretes y en ocasiones traductores (no es casual la elección por parte del autor de esta ocupación) y son llamados a ejercer su profesión en un encuentro entre un dirigente español y su homóloga británica allá por comienzos de la década de los noventa. Aquí tengo que hacer un inciso para destacar la genialidad de Javier Marías. El capítulo en el que nos narra estos hechos es sencillamente brillante. Sencillo es hacer esta declaración pero conseguir lo que consigue Marías no debe de ser nada sencillo. No quiero extenderme ni reiterarme nuevamente en lo que ya he dicho en otras reseñas de otros libros de este autor pero no me queda otra que volver a declararle mi profunda admiración. El escritor madrileño tiene una capacidad asombrosa (y envidiable) para hilvanar reflexiones e ir urdiéndolas en la trama. El capítulo que os menciono no tiene desperdicio (bueno, en realidad ninguno lo tiene) pero es que además es tan cómico, más teniendo en cuenta lo difícil que es que un libro me haga reír... Lo dicho, una auténtica genialidad.
"La gente quiere en buena medida porque se la obliga a querer", le dice durante ese encuentro la dirigente británica al colega suyo y compatriota nuestro, y bien podría (y hasta me atrevería a decir que debería) hacerse una lectura política de esta sentencia, del capítulo e incluso de la novela. Pero volvamos a los amantes que se quieren o se obligan, se persuaden, se convencen de quererse, los que una vez convencidos dejan atrás la persona individual que eran y empiezan a contemplar la vida desde la cama, desde la almohada compartida. Desde esa cama, el otro cuerpo protege y respalda; desde esa almohada, se alaga, se traiciona, se renuncia. Se habla y se obliga a escuchar. También se instiga. A sabiendas o sin saber. Inocencia o cobardía.
"La lengua en la oreja es también el beso que más convence, [...] la lengua que indaga y desarma, la que susurra y besa, la que casi obliga."Será ese cambio de perspectiva, ese comenzar a mirar la vida desde la cama, el responsable tal vez de los malos presentimientos que asolan a Juan. Se recrudecen en La Habana durante su viaje de novios a causa de un episodio del que es testigo sin querer aunque queriendo saber. Se untan de sospecha tras los regresos de sus viajes laborales a su nueva casa (que ya no es suya sino nuestra, es decir, de ellos, de Juan y Luisa), e ir encontrándose con pequeños cambios cuyo origen tan solo es capaz de intuir. Para colmo, el pasado de su padre, del que éste siempre ha sido reacio a hablar, llama a la puerta.
"No he querido saber, pero he sabido", comienza esta novela que debe su título a una cita de Macbeth (no podía faltar Shakespeare) y que indaga en los vericuetos del matrimonio, el peligro de desvelar secretos, las dudas entre callar y hablar, y el insondable poder de la persuasión. Juan no quiere saber; Luisa será partidaria de averiguar. Yo, con Javier Marías, siempre apuesto y me preparo a querer saber. No creo, no obstante, que no querer hacerlo deba necesariamente tildarse de cobardía (tal vez haya en ello incluso una especie de sabiduría). De lo que si estoy segura es de que saber (en mi caso leer) no contribuye para nada a preservar la inocencia. La lectura, que al fin y al cabo no deja de ser una forma de escucha, también tiñe corazones.
"Escuchar es lo más peligroso, [...] es saber, es estar enterado y estar al tanto, los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde. Ahora ya sabemos, y puede que eso manche nuestros corazones tan blancos, o quizá son pálidos y temerosos, o acobardados."
ear. Fotografía de Daniel Novta
Ficha del libro:
Título: Corazón tan blanco
Autor: Javier Marías
Editorial: Debolsillo
Año de publicación: 2014
Nº de páginas: 320
ISBN: 9788483461402
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